La frase de Einstein es sumamente conocida: "Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo". No se sabe en qué fecha expresó tal convicción, pero lo cierto y seguro es que, si viviese en nuestro tiempo, no se retractaría de ella. Un tiempo y un mundo el nuestro en el cual, los hay que se lamentan de la España vaciada, de la existencia de un elevado paro, del declive poblacional, al tiempo que se alegran de la inexistencia de esclavitud, del supuesto imperio de la ley y el derecho. Y al tiempo que ello sucede, el aborto es considerado un derecho que permite que miles y miles de seres humanos, no existan, por causas legales tan diversas como el simple deseo de que no vean la luz. La solución a los anteriores problemas ― España vacía, invierno demográfico, caída poblacional ― parece ser el incrementar las facilidades, derechos y privilegios de la emigración, hasta el punto de aplaudir la presencia de ciudadanos de otros países, con una religión, cultura, civilización, historia y arraigos personales absolutamente dispares. Sin embargo, Holanda y su gobierno se han dado cuenta de la falsedad de tal política. Por lo visto, a los holandeses eso de la “multiculturalidad” les está provocando cierta insatisfacción al comprobar que es el holandés, con sus leyes, sus derechos, sus costumbres, el que debe integrarse en el mundo, vida y leyes del emigrante que ha asentado sus reales en el país, exigente de su tratamiento y reconocimiento pleno, por encima del respeto a la tierra, hombres y cultura o religión que les ha acogido. Según lo leído, el ministro de Interior holandés, Piet Hein Donner considera que el holandés ya no se siente en su casa, percibiendo el peligro de ver como su cultura, su lengua, su sistema de vida, su religión, se desintegran. La cuestión es adivinar si ya no es demasiado tarde, si Occidente ya está vacío.
Síntomas de esa tardanza, los hay. Los contemplamos todos los días. El aludido Einstein también afirmó que hay que sacrificarse, de vez en cuando, en el altar de la estupidez, y si ello es así, no cabe duda de que ese altar se llama YouTube. En él es posible hallar hasta el abecedario de la independencia, con la clase de un profesor catalán incitando al odio a todo lo español. O a un lituano que, viviendo en y de España desde 1993, se dedica a insultar a los españoles y en especial a los andaluces, por vagos, dice. Nos estamos hundiendo en nuestra mediocridad, en nuestros prejuicios existencialistas, repletos de un relativismo para con lo propio y una permisividad total con respecto a lo ajeno. Occidente está preocupado por “les gallines”, por las cañas de pescar, por el ombligo del género, y consiente, sumisa, que Oriente le absorba no solamente el territorio, sino el derecho al pensamiento, a la costumbre, a la ley, a la tradición, a la historia. Mientras tanto los políticos, ahítos de soberbia, siguen las pautas de una mente suprema que les dicta lo que ansían, poder y riqueza.
Llega un momento en que, se puede llegar a pensar, que la estupidez es un don que debe adornar al occidental, sea de donde sea. El fin, justifica no solamente los medios, sino la estupidez. La educación ha llegado hasta el extremo de no sentir pudor por denunciar durante minutos que las gallinas no deben poner huevos, ni los gallos lanzar su grito anunciando la salida del sol, en mitad del campo. Todo está permitido siempre y cuando surja de una fuente que mane agua progresista. En Occidente la natalidad está bajo mínimos, las familias numerosas olvidadas, la incentivación de los nacimientos abandonada, las ayudas a la natalidad y la misma maternidad están mal vistas y vituperadas en pro del feminismo radical. Y mientras tanto, millones de euros salen hacia colectivos antisistema, proyectos de promoción del multiculturalismo, del conocimiento del árabe, de la cansina normalización lingüística, de la defensa del simio o de la ideología de género, la neo religión progresista. Y ello sucede de mentes a quienes no les duelen prendas en hacer uso del más flagrante nepotismo a favor de hermanos, primos, cuñados y demás familiares. La izquierda no cae en el nepotismo, sino que se instala en la cima de la excelencia, de la excelencia familiar, se entiende. Al fin y al cabo, solamente ella tiene la autoridad moral suficiente para saltarse la ética y la vergüenza a su conveniencia. Y esa conveniencia incluye el plagio de todo cuanto le pueda convenir para su único fin, poder y riqueza al unísono. Plagiar tesis doctorales, es una minucia. Plagiar manuales de Filosofía y venderlos a sus alumnos, un negocio. Un simple negocio, habitual en la España progresista, poderosa y rica.