Debo confesarles, antes que nada, que no entiendo el o los motivos que inducen a una parte del personal terráqueo a actuar de una manera determinada que, precisamente, ahora mismo me dispongo a intentar relatarles. De manera que, si no les importa, no pretendo ir al fondo de la cuestión (tal como me gusta a mi: profundizar para, luego, resolver) si no, en todo caso, mostrar lo que me parece un fenómeno y, simplemente, comentarlo, sin más, sin entrar en detalles ni buscar causas o justificaciones.
Aclaremos, en primer lugar: se entiende por guiri todo aquel ser que, proveniente de algún lugar situado más arriba de la Península Ibérica desciende a la primitiva España con una serie de sanos objetivos, a saber: remojar- a todo gas , sin dilación y con prisa- su gaznate con todo aquello que huela a mojado y que alcance cifras de alcohol superiores a los 127º; quemar su cuerpo al puto sol -sin trapitos ni cremas que no se puedan beber- hasta que la podredumbre exterior se asemeje, algo, al colapso intestinal o a la perforación total de estómago; gritar con júbilo embarullado su delirium tremens a todo aquel que se le acerque más allá de las cuatro de la madrugada; deglutir lonjitas de mortadela industrial rebozadas com si de carne empanada se tratara; y, en algunos casos (y con todos estos requisitos a cuestas) acabar la noche más festiva asistiendo a un local de copas y concurso de felaciones para, a una hora más tardía, utilizar el balcón de la 716 como trampolín para ....el salto del águila ecuatoriana y lanzarse, de cabeza -primero al vacío y luego a la parte infantil de la piscina- hasta abrirse el cerebelo y dar por finalizado, así, el curso de su triste vida laboral, familiar y, si cupiese, profesional o universitaria. Para finalizar esta larga definición del término guiri, es necesario añadir el nulo interés del personaje por todo aquello que, no oliendo a alcohol, mantiene un cierto tufo cultural o de una mínima exposición al carácter identitario del país visitado. Me olvido de muchas cosas pero, en fin, más o menos y resumido, es lo que hay.
Me he dedicado tanto a fijar la caracterización básica del guiri que, visto lo visto, casi no me queda espacio para relatar el fenómeno que les había anunciado. Volveré a resumir.
En medio de todos los aspectos que son congénitos a su actuación, el guiri sufre, en su país de origen, un aburrimiento general tal que -”salido” como llega a sus vacaciones- no piensa en otra cosa que cumplir con sus objetivos, ya citados, y olvidar su mierda de vida en la ciudad donde pasa sus penurias de todo tipo; y además, habitualmente, frío y lluvia. El guiri, antes de ejercer de tal, mata su penosa vida entre nieblas y nubarrones, trabajando como un chino (creo que ya no es políticamente correcta la expresión, pero si se entiende, ya vale...), matando el tiempo con cervezas templadas en su pub y echando un polvo mediocre y mohíno a su mujer, a su vecina o a quién se deje, consentidamente, eso sí.
El caso -y ahora sí que me lanzo al tema- es que este tipo de gente, pobres, una vez descendidos (a veces ya borrachos) del avión más low cost posible, no paran de reírse. Sus carcajadas suelen ser sonoras, estridentes y estrepitosas. No sabe, exactamente, los motivos de sus risas destempladas pero no recapacita sobre su postura e, impertérrito, va soltando -todas las horas del día- risotadas alborozadas y jaraneras. Lo hace solo, el chaval, pero no te digo nada si se juntan unos cuantos y se sientan a empinar los dos codos en una terraza o en un bar o en un hotel o apartamento turístico o por la calle o por dónde les apetezca.
La verdad es que estoy hasta el mismo gorro de oír carcajadas en horas intempestivas que no vienen a cuento: es como una risa floja que perdura en el tiempo; es aquella alegría estúpida que, además, se transmite al resto de la manada mientras los porros y las botellas siguen su curso ininterrumpido y eficaz. En algunos casos, son risas agónicas...
Son risas de impotencia, incultura, soledad e ignorancia. Y muerte.