Los políticos son un gran problema. O dicho de otra manera, los políticos son el segundo problema. Eso es lo que piensan la mayoría de los lectores de este digital y también es la opinión de los ciudadanos sondeados a través del CIS. Muchos pensarán que no hacía falta ninguna encuesta para llegar a tal conclusión, pero bueno es corroborarlo.
A todo ello, no estaría de más que los españolitos de a pie hagamos una reflexión de nuestra gran parte de culpa en todo ello. Pondré una serie de ejemplos o motivos:
Cuando opinamos que es bueno que nuestros representantes públicos no cobren mucho, lo que estamos haciendo es propiciar que los grandes estadistas o gestores, aquellas mentes preclaras que podrían guiar el destino de los ciudadanos -algunos lo llamarán nación- se queden en la empresa privada. Cada vez que se recortan los sueldos públicos dejamos en la cuneta a personas que como ganan más en las empresas privadas no se plantean la opción del servicio público. Yo siempre he dicho que los políticos tienen que estar muy bien pagados, y por supuesto luego poder exigirles en consecuencia. Pero si, al contrario de lo que digo, nos posicionamos a favor de un sueldo de dos mil euros para un ministro, ya os digo que en la cartera de Interior tendremos a Torrente.
Segundo ejemplo: las incompatibilidades. Es verdad que eso de las “puertas giratorias” suena muy feo porque nos da la sospecha de que un político ha favorecido a una empresa para luego, a su salida, poder tener un buen lugar de destino. Sin embargo, si a un servidor público le ponemos una gran lista de empresas en las que no puede trabajar después de dejar su puesto, tampoco le saldrá a cuenta salir de la empresa privada para ser diputado o ministro. Es otro motivo por el cual buenos gestores se quedan en la privada.
Y tercer gran motivo: la tacha gratuita. Pocas ocupaciones están tan desprestigiadas a nivel general como la de político. Ladrones, vagos, mentirosos, aprovechados, interesados, traidores… nada bueno se presume a nivel social de aquél que muestra interés por el servicio público. El descrédito ha calado tanto en el común que también supone un alejamiento para aquél que pudiera acercarse con buenos propósitos.
Por todo ello, al final la política se ha profesionalizado. Están los de siempre, los que han hecho de la política su profesión gracias a su capacidad dialéctica o genuflexiva. En cambio, muchos extraordinarios profesionales, que han dado buenos resultados en el ámbito privado y que gestionarían de manera eficiente nuestros recursos y diseñarían las estrategias adecuadas, prefieren quedarse donde están y que el marrón se lo coma otro.
Como decía al principio, tenemos que meditar nuestra parte de culpa en todo ello.