Esta semana quiero compartir un gesto que me ha emocionado. Es lo más tierno que he visto últimamente. De poco más de un minuto de duración existe un vídeo en el que se recoge el consuelo de un hijo a un padre que acaba de perder un partido en Roland Garros.
Lo protagoniza Nicolas Mahut que, tras haber perdido con el argentino Leo Mayer, ha recibido el abrazo inesperado de su hijo de siete años. El pequeño ha atravesado la pista corriendo hacia su desconsolado padre y ha conseguido la admiración del público y la del propio ganador.
El gesto, que recomiendo ser visto, rezuma ternura, caballerosidad, elegancia, nobleza, sensibilidad y dulzura. Hace que, por una vez, nos sintamos orgullosos de la condición del ser humano.
En el vídeo se puede observar el gesto desconsolado del perdedor al acabar el partido, uno de los últimos de su carrera debido a sus 37 años de edad, cuando el pequeño Natanel salta a la pista y, obviando las miradas ojipláticas del público, empieza a correr hacia su padre para acabar fundiéndose en un abrazo que congela el tiempo. Probablemente le susurra al oído que es el mejor padre del mundo y que está muy orgulloso de él. Que no le cambiaría por nada y para él siempre será el ganador, dentro y fuera de la cancha.
Hasta el ganador del partido se conmueve y, con semblante emocionado, empieza a aplaudir. Pareciera que hubiera perdido el partido. Cuánta nobleza hay en ese deporte. El aplauso, como el abrazo del hijo al padre, parece eterno.
Mahut ha perdido el partido pero su hijo ha ganado nuestros corazones. Ese gesto de un hijo para con su padre es la verdadera victoria. La victoria del amor incondicional. El resultado del partido se convierte en anecdótico ante la inmensidad del cariño del pequeño.
En la derrota de Mahut había algo más. Olía a despedida. Y eso conmovió a su hijo. Ver como la pasión de su padre por ese deporte iba llegando al final del camino, por lo menos en la alta competición. Perder ante un caballero como Mayer no era motivo de tristeza. Lo era perder ante un enemigo imbatible como es el paso del tiempo. El tiempo es lo único que no se recupera en esta vida. Y Mahut lo sabía. Si al menos se hubiera despedido con una victoria, habría dejado un buen sabor de boca. Lo que no imaginó es que este Roland Garros iba a ser suyo y siempre se le iba a recordar por el gesto de su hijo.
Esperemos que el domingo (o puede que el lunes, por la suspensión de los partidos del miércoles a causa de la lluvia) sea nuestro Rafa quien levante la copa de los mosqueteros y se traiga su trofeo favorito a casa siendo, junto al hijo de Mahut, el héroe de esta edición. Sería el duodécimo Roland Garros para el indiscutible rey de la tierra batida.
Por cierto Roland Garros no era tenista. Era un aviador. Cuántas sorpresas nos depara este deporte.
Lo curioso es que en el día a día, nuestros hijos también se comportan como el pequeño Natanel aunque a veces, la velocidad del día a día nos hace perder de vista nuestros pequeños y pequeñas nos observan y nos ven como a sus héroes particulares. Demos ejemplo y estemos atentos para no perdernos ese momento porque todos somos héroes para nuestros hijos, como Mahut para Natanel. Aunque la vida nos dé un revés que otro.