Al revisar los resultados en esta resaca electoral, lo primero que se concluye es que el voto útil existe: la circunscripción electoral, más que la famosa ley D’Hondt, es la culpable. Al repartirse en muchas provincias pocos escaños, los partidos más votados obtienen en ellas representación, mientras que el resto de votos van a la basura. Este sistema beneficia al partido más votado, y a aquellos que concentran muchos votos en provincias determinadas: los separatistas.
El problema se atenúa en aquellas circunscripciones que reparten muchos escaños, permitiendo una representación más proporcional al voto recibido, como Madrid. Y en las elecciones locales en ciudades como Palma, donde se eligen 29 concejales, o en las autonómicas, especialmente en Mallorca (33 diputados), y no tanto en Ibiza (13) o Menorca (12). En Formentera, donde se elige un solo diputado, el voto útil llega al extremo. Y al contrario, el problema no existe en las elecciones europeas, donde la circunscripción es nacional.
Ahora bien, desde mi punto de vista, es comprensible quejarse de la fragmentación del voto, pero tan importante como ganar, es para qué se gana. Y la causa de la fragmentación del voto que antes aglutinaba el PP es que este partido ha gestionado algo mejor la economía, pero apenas se ha distinguido de las políticas de izquierdas: nos ha crujido a impuestos, ha conservado todas las leyes ideológicas de ZP -pese a que protestó contra ellas cuando se dictaron-, no ha sabido frenar al separatismo, y para colmo le han estallado diversos casos de corrupción -igual que al PSOE y a los nacionalistas, por otro lado.
La conclusión es que cuando gobierna la izquierda, España se dirige en un determinado sentido, pero cuando ha gobernado el PP, solamente se ha frenado, y ni siquiera del todo, esa tendencia. En ningún caso se ha revertido. Por tanto, la única diferencia entre unos y otros ha sido que vayamos hacia donde la izquierda y el separatismo quieren, más rápido o más despacio. Hay que entender que se están aplicando diversos mecanismos de ingeniería social que nos empujan en esa dirección, principalmente a través de la educación y de los medios de comunicación.
Por ello, la necesaria refundación de la derecha debe pasar por la definición y la defensa de unos principios ideológicos moderados, pero claros, que creo que podrían resumirse así:
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Libertad: defensa de la propiedad privada y de la economía de mercado, única vía hacia el progreso material y la riqueza de todos, como demuestra ampliamente la experiencia histórica en todo el mundo.
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España: la unidad nacional debe garantizarse mediante una organización territorial clara y definitiva, aclarando competencias y cuidando muy especialmente la educación.
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Leyes ideológicas: si no puede acordarse su total derogación, sería deseable al menos una reforma en profundidad que garantizara los derechos y libertades individuales.
Se ha dado el milagro de que todo el centro derecha ha abrazado recientemente el liberalismo, con más o menos claridad y coherencia. Por ello, no debería ser difícil acordar un programa de mínimos en este sentido, más allá de siglas y personalismos. No tengo duda de que muchos españoles premiarán con su voto a quien lo proponga, y castigarán a quien lo rechace. Es, además, imprescindible, porque de lo contrario la asfixia económica, los enfrentamientos territoriales y el invierno demográfico, que ya empezamos a notar y que va a dejar al de Juego de Tronos en una broma, acabarán con nosotros. Luego vendrá el llanto y el crujir de dientes.