De guerra en guerra, de confrontación en confrontación, así gobierna el socialismo a España. El iniciador fue el insigne ZP, que se sacó de la manga una ley para recordar todo aquello que le convenía y le interesaba a su visceral revanchismo, y ha continuado, con más satanismo, el «figura» de Sánchez. Dos guerras para establecer dos bandos. Ya no hay lucha de clases, sino lucha de sexos, o mejor, de géneros. Resulta inaudito que estemos asistiendo a un ataque constante a todo lo hetero al tiempo que una exigencia, una obligatoriedad de aceptar todo cuanto proviene del guerra-civilismo y del feminismo radical. En el preciso instante que el hombre es declarado culpable por serlo, decayó todo derecho a la igualdad que tanto proclama la viceministra Calvo. E igual de inaudito resulta que una magistrada, poco emérita, por cierto, se atreva a afirmar que el ADN masculino es intrínsecamente maléfico y maltratador.
Todo ello y más podría ser soportable, pero lo que resulta inasumible es el que se pretenda que toda la sociedad comulgue con un feminismo que desea introducirse en lo más intimo del ser humano. Hay que estudiar «la verdad incontrovertible», hay que estudiar «feminismo», hay que estudiar «cursos de masturbación» y hasta asistir a talleres de manejo de compresas. Así gobierna el socialismo, proclamando una libertad en la cual no cree. Y no cree porque, sencillamente, no le conviene. Cuanto más imberbe sea el ciudadano, más manejable será para sus intereses. Es la frase del masón Rodolfo Llopis, trasportada al presente siglo, siguiendo al ideólogo Gramsci; «apoderemos de la voluntad del niño y dominaremos a la sociedad».
Y así, pasito a pasito, no solamente estamos alcanzando que padre, madre, sean términos malditos, sustituidos por progenitor 1 y progenitor 2, como también que cualquier pensamiento que no esté de acuerdo con el feminismo radical, con el homosexualismo radical, con el guerra-civilismo radical, sea calificado, inmediatamente, de facha, de homófobo, de sexista, de machista o, por fin, de fascista. En esta España socialista, marxista y feminista, está prohibido y sancionado todo pensamiento que no esté incluido en el término «inclusivo». Y lo peor es que, quiérase o no, la expansión del sectarismo feminista se está imponiendo, no solamente en los aeropuertos, sino incluso en los altares.
El que se aproximen las Fallas, tiene poco alcance, pero sí lo tiene un aniversario, el de la Segunda República. Si el gobierno socialista está echando el resto haciendo uso de presupuestos, de páginas, de discursos, de televisiones para que la huelga feminista sea un éxito ― que lo será, ha dicho Tezanos ―, el 14 de abril se aproxima con un entusiasmo frenético, a pesar de la empatía personal del Rey con Sánchez. O al menos eso dice el hombre «resistente» en el libro que, tampoco, ha escrito.
Poco importa que la «verdad» sea controvertible, lo importante es la gota malaya que va cayendo sobre la cabeza de todos los ciudadanos, para convencerles de que aquel período fue un tiempo de paz, justicia y solaz nacional. Y que la checa de Azaña, la de Bellas Artes, no fue más que un infundio franquista, para deslegitimar un sistema político brillante y eficaz, que mal vendió España, como ahora pretende hacerlo con Cataluña. Sánchez, el socialismo, no cree ni en España, ni en la mujer, ni en la República, ni en nada que no sea su propio ego y el luchar por la igualdad, pero en la pobreza. Para ello galopamos hacia el mayor déficit, la mayor deuda, el mayor paro, el mayor adoctrinamiento, la mayor presión fiscal. Poco importa, con tal de seguir desayunando en la Moncloa. Y entretanto así cabalgamos, en el Tribunal Supremo parece ser ― no es seguro ― se está juzgando sobre un golpe separatista contra el Estado español.