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Resistir es vencer

Por Francisco Gilet
miércoles 13 de febrero de 2019, 02:00h

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Resulta francamente incomprensible el que la defensa del gobierno se sustente, todavía, en el fraude, en la mentira, en el engaño y en el plagio. Todo arrancó con una moción de censura sustentada en la falsa promesa o anuncio de convocar elecciones para «regenerar» la vida política y fortalecer la democracia. Ahí están las actas del Congreso si no son suficientes los recordatorios de la prensa, sea digital o de papel. Sin embargo, resulta que tal promesa se quedó en agua de borrajas cuando Sánchez y su primera dama pisaron moqueta y se subieron al Falcon. Desde esos instantes ya no era el interés del pueblo lo que primaba, sino el interés personal, y así sigue. El Rasputín Iván que acompaña a Sánchez desde la encerrona, de la cual no supo escapar Rajoy, le ha marcado la estrategia, que no es otra que la famosa frase del servil estalinista Negrín, «Resistir es vencer». Y, no cabe duda de que lo está haciendo a la perfección. Lo que el Iván no parece recordar es el final del tovarich Negrín; no fue la victoria, sino la derrota y el exilio voluntario, como Puigdemont o Gabriel o Rovira.

Y mientras resiste, se va entregando parte de la soberanía nacional, a trozos, sin problema alguno. El ridículo para Sánchez y los suyos no existe por ser como el mercurio, se rehace de las contradicciones sin preocupación alguna. Y, sin decencia, por cierto. Que hay que referirse primero a mediador, luego a relator y acabar en provocador, olvidándose del episkopo o revisor; no hay problema, lo importante es resistir, aunque no se sepa ni hasta cuándo ni hasta cuánto. Ese cuánto es tan infinito como lo son las exigencias del perjuro Torra y sus huestes catalanistas. Tal para cual, uno cometió perjurio en noviembre, el otro en mayo. Y mientras tanto, se está cociendo un juicio que será todo un simulacro; los magistrados aplicarán la ley, quizás más laxa, pero importa poco. Acto seguido, cumplido el requisito de la declaración de culpabilidad, Marlaska, iniciará el trámite para indultarlos, para que su estancia en ese hotel de cinco estrellas en que ha convertido Soto del Real sea breve, aunque placentero. Inaudito resulta que no haya protesta alguna por el trato que reciben unos presuntos traidores a España, con celdas individuales, edecanes portadores de sus maletas, internet veinticuatro horas al día, móvil sin problema, vis a vis a voluntad y, quizás pizzas a la carta, todo ello con las puertas de sus cubículos abiertas para poder confraternizar entre sí. Igual que Zaplana y miles de internos, igualito.

Y para disimular, para que el pobre pueblo español simplemente se explaye al ritmo del himno y el agitar de bandera, el gobierno está con sus peticiones de informes a la Iglesia, sus inspecciones a los padres de la enseñanza concertada, sus desamortizaciones a resultas de las inmatriculaciones, su instalación de mesas de partidos para hablar de todo lo que les venga en gana, su preparación de la trasferencia absoluta de la competencia de vigilancia penitenciaria a la Generalitat, su consentimiento de la creación y actividad de las «embajadas» catalanas. Es decir, que el coste de mantenerse en la Moncloa va abriéndose paso; la desmembración territorial de la nación. Y todo aquel que ose proclamar su rechazo a esa traición y perjurio, obviamente, es un facha, un ultra, un franquista, un homófobo, un xenófobo, un machista y un crispante enemigo de la democracia. Una palabra, democracia, que únicamente goza de su fortaleza y autoridad ética, cuando surge de un colectivo que ha hecho de la cleptocracia política su única virtud. Ya no se trata del enriquecimiento personal, sino de la resistencia personal. Para Sánchez, para Lastra, para Iglesias la manifestación del domingo es una provocación y un intento de extorsión de la justicia. En cambio, los escraches contra los juzgados de Cataluña son ejercicio de la libertad de expresión, puesta de manifiesto con el lanzamiento de heces contra las ciudades de la Justicia. Esa es la diferencia entre tener o no autoridad moral para consentir todo cuanto provenga de unos fanáticos que, dicen, tienen la representación de todos los catalanes.

El final de todo semeja cause pánico a algunos personajes, ahora enmoquetados. Roma no pagaba traidores, o eso dicen, sin embargo, existen indicios, de que el español tampoco. Sánchez amenaza con elecciones el 14 de abril ― ¡viva la república! ―, pero en mayo seguro que las habrá. Y la voz de los que están hartos de toda esa felonía constante, aún ausentes de Colón o de la plaza España, quizás no concedan su confianza al partido popular en forma mayoritaria, pero lo que sí es posible es que el socialismo tenga un final al estilo Negrín y sus amos comunistas; el ostracismo de las instituciones que ahora comanda con todo el rostro, dando subvenciones, prebendas, contratos, trabajo, a cuñados, sobrinos, hermanos, esposas, maridos y a toda la parentela, sin recato alguno. Entonces serán ellos, socialistas, comunistas, «podemitas», «manuelistas» y demás «istas» los que saldrán a la calle, no para crispar, por descontado, sino para pedir derechos y libertades, que ahora, ahora mismo, ellos niegan a quienes no son sino «mierda», Eva Hache dixit.

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