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El vocabulario de la política

Por Sebastià Salas
martes 12 de febrero de 2019, 02:00h

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Traidor, felón, golpistas, incapaz, mediocres, okupas, fachas,… podríamos seguir hasta completar el artículo completo con los insultos y descalificativos que forman parte del día a día de la política española y que se han instalado en los noticiarios subiendo el nivel hasta unos límites hasta entonces desconocidos.

Conocíamos la dura campaña que llevó a cabo Felipe González con Adolfo Suárez el año antes de llegar a la Moncloa. A su vez, no fue para menos, la de Aznar con el propio González. Y ahora, la historia se repite. Solo que esta vez no se trata de una legislatura corriente u ordinaria donde el jefe de la oposición sube el tono. En los días que corren, la oposición se hace desde muchísimos frentes, incluso desde las propias trincheras por parte de militantes del propio partido del gobierno. Una lucha encarnizada izquierda-derecha, nacionalistas-españolistas donde la perplejidad no se contempla ante lo que extraña normalidad a la que nos estamos acostumbrando. Y obviamente, la calle, la gente, la sociedad no es ajena a esta confrontación. El debate no queda solo en el hemiciclo parlamentario, ya que también se traslada a los platós de TV incluyendo tertulias, debates y programas de análisis. Mientras tanto, a la gente le llega, desconfía más del vecino y la convivencia se resquebraja.

Suena irónico que se denuncie tanto la fragmentación y la división en la sociedad catalana –claramente existente– acerca de dos ideas de modelo territorial, pero a su vez, se obvie la paradoja de que el factor en Cataluña no es ajeno a la sociedad española en su conjunto, lo que supone de facto, una división en la propia sociedad española acerca, a su vez, de diferentes modelos políticos y sociales. Los políticos deberían dar respuestas a la sociedad en lugar de crear constantemente conflictos y problemas. La confrontación de ideas ha abandonado este país para ser sustituida por el zasca fácil, el populismo barato hecho de mensajes simplistas. Y ojo, lo preocupante no es que un grupo minoritario haga uso de estos recursos. Lo triste es que este sea el panorama de la actual clase política. Con estos, no hubiésemos hecho ni la transición ni la reconciliación. Con estos, no hay respeto al que piensa diferente, ni voluntad de acuerdo. Ni acuerdo ni diálogo. Una posición de máximos donde ceder se ve como una derrota y donde arrasar y humillar al oponente se ha convertido en la aspiración de todos ellos, sin excepción.

Ahora vuelvan a releer los adjetivos relatados al principio: “Traidor, felón, golpistas, incapaz, mediocres, okupas, fachas,…” y pregúntense si una comunidad puede aguantar ad eternum dicho vocabulario sin menoscabar el espíritu de concordia.

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