Imposible resistirse a la tentación de comentar el resultado electoral andaluz. Y adelantar que el hastío de los andaluces se ha puesto más que de manifiesto. Todos han perdido, menos dos. Ciudadanos por la derecha, el PP por la derecha, el colectivo marxista y socialista por todos lados. Vox, dejando en evidencia a Sánchez y su acólito Tezanos, ha superado todas sus expectativas alcanzando un resultado gracias a ese hastío. Los andaluces se están hartando del epítome de desvergüenza de la generación de socialistas que lidera Sánchez y sus adláteres. Desprende en sus discursos y en sus gestos y conductas tal ansia de poder absolutamente contrapuesto al menor destello de sentido de Estado y de aprecio a la nación. Sus pactos con independentistas, nacionalistas, comunistas, anticapitalistas no han sido del agrado de cientos de miles de votantes, que, o bien han preferido quedarse en su casa o acudir a la mesa electoral con papeletas anaranjadas o verdes. Es el sentimiento de hastío que emana de las políticas radicales de desnaturalización del matrimonio, del adoctrinamiento escolar, de una anti-religiosidad sectaria, de la imposición de la ideología de género, del revanchismo guerra civilista y, como colofón de todo ello, del grave incumplimiento de su promesa de convocar elecciones «tan pronto como sea posible», a cambio de vender su detentación del poder con totales concesiones a los separatistas. Y ahora, gustado el poder que le obsesiona, Sánchez viaja, estrechando manos y huyendo de los problemas más que acuciantes por los cuales trascurre su gobierno ― ocho ministros señalados ― y sus políticas barateras, ideológicamente totalitarias y, por descontado, trasunto de las desarrolladas por tantos Largo Caballero como ha habido en la historia del socialismo español, ZP incluido.
Sin embargo, ese hastío también mancha al Partido Popular. Para él, mantenerse en el segundo puesto ha sido un éxito. Un éxito amargo, consecuencia de su posición amorfa ante todo cuanto represente significarse y tomar partido por una oposición radical tanto a las políticas socialistas como a las marxistas de ese falsario de apellido Iglesias. Su endeblez frente al problema catalán, su indecisión ante el anuncio de la moción de censura, su histórica pasividad ante el matrimonio homosexual, su posición pusilánime ante el montaje espectacular de la ideología de género o ante la derogación del delito de ofensa a los sentimientos religiosos, le ha pasado factura y le seguirá pasando si no retorna a los tiempos en los cuales fiarse del Partido Popular no llevaba implícito pagar prenda; votar con las narices tapadas.
Y ahora ha llegado el momento de sacar todos los demonios que adornan a los hombres y mujeres de Podemos. En ellos la rabia de perder es infinitamente superior al ansia de ganar, que no es poca. Rabia que exhalan mediante el insulto, la protesta, la grosería, la injuria sin freno alguno, incluso con pedradas. Ella, la extrema izquierda marxista, se atreve a descalificar como inconstitucional a un partido político que goza de todos los refrendos legales, aparte de centenares de miles de votantes andaluces. De cero a doce en ascenso, mientras ese cúmulo de Adelante Andalucía, Izquierda Unida, Primavera andaluza y demás, no ha logrado unir a los votantes de 2015. Por lo visto, las visitas de su macho alfa a las cárceles, sus encuentros con los proetarras no han logrado convencer al votante que siente en sus venas correr la sangre de una tradición de lucha, sufrimiento y dolor, con el sentimiento de sentirse orgulloso de tal historia. Llamar «facha» a Ortega Lara es despreciar la valentía y el sufrimiento de un hombre condenado por los Otegui a morir de hambre, circunstancia en la cual nunca se han hallado ni Iglesias ni Echenique ni ninguno de toda esa panda de comunistas amantes de la guillotina revolucionaria y de los guetos al estilo nazi.
Pero al hastío le acompaña el miedo. La victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana, mientras los «sobrinos» comienzan a temblar ante la previsible pérdida de unas prebendas y enchufes que perduran desde hace casi cuarenta años. El pánico a perder empresas, agencias, sociedades, jefaturas, etc., produce un castañeteo de dientes que alcanza a oírse por encima de Despeñaperros. Y ese pavor puede empujar a los socialistas a cualquier barbaridad para no abandonar la moqueta. Venderán su alma al diablo para permanecer, e igual tendrían que hacer los no comunistas, no socialistas, si desaprovechan la oportunidad dada por el votante andaluz y sustituyen ese hastío por la esperanza, configurando un gobierno que limpie, pula y de esplendor a Andalucía. Mientras tanto, seguro que García Page se está maldiciendo por haber manifestado ser partidario del indulto a los golpistas. Como el valenciano Puig le sigue el ejemplo recordando su apuesta por el país valenciano catalanista. Y al aragonés Lamban le tiemblan las rodillas cuando le mencionan el lapao. Y nuestra Armengol comienza a retirar sus fotos en compañía del mentiroso Pedro. Es la democracia, mentecatos.