Palabra mágica que se usa entre los políticos tanto para un barrido como para un fregado. «Decíamos ayer…» que el pacto para la composición del CGPJ, era un acto de responsabilidad que permitía dejar en el saco de las promesas incumplidas su despolitización, tanto en socialistas, como en comunistas, como en centristas. El único que se mantenía en sus trece era esa «ultra derecha» que no da la impresión de estar demasiado acomplejado por su discurso, mientras Ciudadanos no era invitado al mercadeo. El «digo» de ayer ha desaparecido no por arte de ensalmo, sino por la coherente decisión de un magistrado que, este sí, por responsabilidad y coherencia hacia su elevada función, se ha salido de la olla en la cual, tirios, troyanos, atenienses y macedonios, cocinaban un organismo de gobierno de los jueces, que no es sino un escalón más en la vanidad de algunos magistrados. El magistrado Marchena les ha dado en las narices a todos aquellos — incluido un incontinente verbal llamado Cosido —, presuntuosos con una componenda que no era sino fruto de una feria de vanidades.
Atrás han quedado desde la Lastra, hasta el Casado, comprobando que todavía existe ética personal y profesional en un magistrado que no antepone su prestigio a nadie ni a nada. Y con más estupor se mantendrán unos segundos — su engreimiento no da para más — la ministra Delgado y el ex ministro Catalá. Surgidos, de pronto, cantando las virtudes de un CGPJ, de nacimiento completamente politizado, y presumiendo de su capacidad de consenso. Pues ahora resulta que para el PP, la ministra no es idónea interlocutora y el señor Catalá guarda el silencio que debiera haber conservado el senador Cosido y el departamento de comunicación de Ferraz. Silencio que no hace sino refrendar el impresentable contubernio mercantilista de unos negociadores más propenso a su levitación vanidosa que al florecimiento de la independencia judicial.
Así las cosas, una vez más ha quedado en evidencia que, en la actualidad, nuestros gobernantes están más preocupados en mantenerse en el machito que en defender el bienestar de los ciudadanos. A Delgado, a Catalá y a sus superiores les importaba un pimiento que el mangoneo de los magistrados, aspirantes consentidos, estuviese en boca de todos. Para ellos lo interesante era únicamente dar de comer a su ego y poder salir a presumir de un pacto contra natura. Un pacto fabricado por dos personajes que, si dejan surco, será de inoperancia uno y de descaro la otra. De dignidad, nada. De incompetencia, mucha. De improcedencia, toda. Ahí está Rivera, frotándose las manos, refiriéndose a la vergüenza aportada por los negociadores, en particular, y sus jefes, en general. La coherencia y dignidad del magistrado ha puesto, una vez más, en evidencia que nuestra clase política anda escasísima de ética personal.
Y entretanto los jueces y fiscales han ido a la huelga, ante la mirada inquisitorial de la ministra encintada, el presidente Sánchez se pasa los días por los aires, yendo de nación en nación, sin saber muy bien ni a qué ni para qué, excepción hecha de pretender un Campeonato mundial de futbol organizado entre Marruecos y España el año 30. Seguramente, harto de no sacar los restos de su amado Franco, pretende conmemorar la pírrica victoria republicana en el siglo pasado. Pues, parece ser, que le encanta vivir de remembranzas, aunque sean parciales y escogidas. Los sátrapas le encantan, llámense Mohamed, llámense Fidel, llámense Chavez. Lo suyo es pasear, levitar, prometer para no cumplir, y viajar en jet privado. Ideas, ni una, ocurrencias, todas. Su «politicólogo» de cabecera está para esos menesteres; lograr un titular o dos, diarios, y luego sepultarlos con el del día siguiente. Para eso le paga su master chef, y así seguirá, aunque no pueda aprobar los presupuestos, aunque la hemeroteca le recuerde sus pifias, aunque youtube visione sus meteduras de pata, tanto da, lo único verdaderamente responsable es desayunar en Moncloa, en compañía de la Primera Dama.