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Iglesias, el mahran

Por Francisco Gilet
miércoles 31 de octubre de 2018, 02:00h

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Resulta francamente inaudito que España esté viviendo en las actuales circunstancias, sin que se produzca movimiento alguno en los medios más allá de algún escrupuloso lamento, tímida protesta y vergonzante denuncia. Hay que ser muy valeroso para ponerse en medio de esta piel de toro y defender públicamente lo que se piensa o lo que se cree. Y la razón es muy simple; el relato de lo político, cívico, social, ético y docente está dominado por el pensamiento y el discurso autodenominado progresista, democrático, multicultural, feminista y, por descontado, igualitario. O sea, que los progres — ni conservadores, ni derechas, ni centristas —, han ocupado el Congreso, la Moncloa, la RAE, la TVE, el CIS y todo organismo adornado con un atisbo de poder, y con tales instrumentos se están adueñando, lisa y llanamente, de la sociedad entera, en su ámbitos económicos, empresariales, educativos, sanitarios, judiciales, y, puestos en labor, hasta la mayor de la intimidades, el sentimiento afectivo.
Desde su pedestal, resultan intocables, sintiéndose con la autoridad moral de asaltar cualquier sentimiento, creencia, ideario, para arrasar lo existente y esparcir cuanto les plazca, sin miramiento alguno. Para los progres, es dado montar un circo porque una vieja canción utiliza la palabra «mariconez» en su letra; o una concursante televisiva, alude a que iba «arreglada»; sin embargo, el que un supuesto actor presuma de poseer una amplia capacidad productiva de deposiciones o bien otro desconocido actor llene un pregón municipal de improperios contra la religión, eso solamente merece como respuesta una proposición de ley para retirar del C. Penal el delito de blasfemia, y de paso eliminar del mismo texto las injurias al Rey. Todo en favor, dicen, de la libertad de expresión, que, de repente, se convierte en delito de odio cuando un osado ciudadano se atreve a usar el término «mariconez» o similar. Y es que, para la progresía que gestiona nuestros dineros, la libertad de expresión no es de ida y vuelta, es solamente de vuelta. Ellos, los intocables son los únicos merecedores de todo respeto. Ahora bien, prohibir cruces, prohibir religión —católica por descontado —, prohibir manifestaciones religiosas públicas, eso no es atentar contra la libertad de creencia de los ciudadanos, sino aplicar lo que ellos consideran democrático por ajustado a sus ideas. Lo otro, todo lo otro, es fascista, ultra conservador, franquista, sectario y, por descontado, fóbico en sus distintas variantes. Para Sánchez o Iglesias, respetar las creencias ajenas, los idearios ajenos, las libertades ajenas es tan sancionable como eliminable. Para Iglesias y Sánchez, la libertad de expresión y de religión, son derechos incompatibles. Que el delito de blasfemia, contra cualquier religión, siga siendo delito en Alemania, Rusia, Austria, Hungría, y que la laicista Francia reúna casi el 50 % de los delitos contra los sentimientos religiosos, es circunstancial para unos políticos que exigen sensibilidad en el prójimo, mientras responden a este con la ofensa, de hecho y de derecho. Y es que, no hacerlo, para ellos, sería antidemocrático. Por descontado, cualquier alusión en los medios a la sentencia favorable para los padres del Colegio Juan Pablo II, de Parla, no solamente no debe aparecer, sino que la resolución, debe silenciarse, no sea que hiera la sensibilidad de algún colectivo. Y recordar el art. 9 del Convenio Europeo de los Derechos Humanos, es anatema antidemocrático. Igual que recordar que la «esplendorosa» II República sancionaba los delitos por la ofensa de los sentimientos religiosos, es mentar la soga en casa del ahorcado.
Y todo lo anterior, y más, nos viene de la mano de un personaje que se ha convertido en el mahran del Presidente. Ni aquel, ni este, han ganado las elecciones pero, ahí está uno, ordenando; y el otro, acatando. Ambos van de la mano atropellando todo cuanto les parezca obstaculizador de sus únicos deseos; perpetuarse en el poder, cueste lo que cueste, y arrasar todo cuanto representa la cultura greco-romana y sus consecuencias históricas, incluido naturalmente el 12 de octubre y la Transiciòn. Para ello, si hay que mentir, se miente, si hay que desdecirse, se desdice, si hay que falsear, se falsea, si hay que expurgar, se expurga, si hay que silenciar la prensa libre, se silencia, si hay que crear la sharia de lo políticamente correcto, se crea. Todo vale cuando se cabalga a lomos de la mentira y de espaldas a la verdad, para ocultar que, realmente, España está gobernada desde una cárcel. Ni Maquiavelo fue tan ladino para imaginar que el Príncipe sería tan osado.
El trasfondo de todo ello es que España está gestionada por un colectivo tan sectario como totalitario. La desidia de Rajoy nos ha conducido hasta la sensación de que no existe proyecto político democrático y sí un intento de sacralizar el marxismo, cambiando nombres, tergiversando hechos, tachando parte de nuestra historia, erigiendo monumentos y museos, cuando, en todas las naciones en que imperó el comunismo, se han derribado estatuas y bustos o borrado nombres de calles que recordaban una ideología que presumía de repartir riqueza, cuando lo que distribuía eran cartillas de racionamiento y puestos de trabajo en el Gulag.

Es decir, el mahran y su lacayo, son clones de esa perenne casta de políticos que le tiene pánico a la más poderosa de las armas, el voto. O eso decía Lincoln.
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