Se llega a sentir una sensación de desasosiego, de orfandad, cuando se contempla el horizonte que se aproxima desde el actual presente. No hay la menor duda de que, empero el sol radiante de agosto, España está viviendo uno de sus momentos más oscuros. Una nación asediada por el noreste, con la contumaz insistencia de unos hombres y mujeres que han hecho del lazo amarillo su estandarte, que han consentido que se sustituya la secular cuatribarrada, por una estelada profundamente marxista y que han lanzado su idioma a la guerra secesionista, con el silente beneplácito de Rajoy y de Sánchez. Y sitiada también por el Norte, con el chantaje constante del do ut des, del do ut facies, sin respuesta firme por parte de ningún gobierno ni progresista ni conservador, o como quieran llamarse. Y entretanto miles de ilegales alcanzan la sanidad universal, el subsidio mensual, la asistencia social, la educación gratuita, llegándose al extremo de contemplar como un ilegal ejerce de pregonero de unas fiestas municipales, echando pestes contra la policía y los jueces. Pues bien, detrás de ese hecho está la realidad de nuestro país; la izquierda sectaria, falsamente progresista, ambiciosamente totalitaria ha ganado el relato del presente, del pasado y del futuro.
En ese relato solamente la cultura emanada de la izquierda merece ser tenida en cuenta; solamente el gobierno de izquierdas aplica libertad y democracia en forma debida: la derecha, per se, es antidemocrática, fascista, reaccionaria y primitiva; solamente las leyes surgidas de gobiernos socialistas establecen derechos y libertades, mientras las de gobiernos de derechas atentan contra esos derechos y coartan esas libertades; solamente la historia emanada de mentes progresistas, es verdadera historia aunque denigre a millones de españoles y a gestas como el descubrimiento o la implantación del castellano en las Américas; solamente los gobiernos socialistas respetan a las fuerzas de seguridad, a los militares, a los jueces, a los empresarios, mientras que los otros gobiernos no han hecho sino coartar derechos y eliminar libertades; solamente una dirección de TV surgida de decisiones gubernamentales de izquierdas respeta el derecho a la libre información, aunque ello signifique gobernar por Decreto Ley, excelso cuando es de izquierdas y nefando cuando surge de la derecha política. Y así, hasta el infinito, en un relato que, poco a poco, el español corriente va tragando y aceptando sin casi rechistar. Y de hacerlo, aunque sea en voz baja, recibe, inmediatamente, la etiqueta de franquista, fascista o ultra derecha. Para ese relato y para sus buscados pregoneros mediáticos, no cabe otra voz que la surgida desde la izquierda. Semeja como que la verdad siempre está de parte de quién grita más.
Y todo lo anterior, más lo que se avecina, surge de un gobierno que goza del voto de solo 84 diputados y el préstamo condicionado de otros 92, para sacar adelante cualquier trámite parlamentario, incluido el techo de gasto ya fallido. Pero, para el buen socialista gobernante, ello no es problema. Lo único importante es detentar el poder, con la dicha de dejar paso a la Merkel, aunque nos endose un chorro de ilegales a cambio de una sonrisa. Si estos tiempos son oscuros, quizás nos aproximemos a unos nuevos surgidos del pueblo más llano y menos endiosado. Los abucheos a Sánchez, sin duda, se prodigarán en el futuro, y el grito que se repetirá será « ¡elecciones! ». Rajoy se equivocó al no dimitir y convocarlas, y Sánchez también lo hará de seguir su ejemplo. Si gobernar el Estado de las autonomías con 130 votos puede ser difícil, hacerlo con 84 es imposible. Y muchísimo más cuando desde la Generalitat se anuncia que su obligación es atacar al Estado español. La solución ante los problemas presentes y próximos solamente es una; alcanzar una mayoría suficiente para gobernar un país dividido en diecisiete Estados, hallándose uno de ellos en manos de un totalitarismo visceral y racista.
Sánchez, liberándose de su cautividad en las prisiones separatistas, debe acudir a escuchar al pueblo, debe darle la voz que le corresponde constitucionalmente. Debe exponer a la ciudadanía su proyecto de gobierno, nuevo o antiguo cual el derrotado en las últimas elecciones, dejando de comprar votos a diestro y siniestro para mantenerse en el poder. Y el pueblo soberano debe prestar o denegar su confianza. En caso contrario, no hacer uso de los deberes impronta del sistema, gobernar con solo 84 votos, después de unas elecciones perdidas, y con 92 votos de prestamistas usureros, es una estafa al pueblo en su conjunto. De mantenerse ese tiempo de estafa, demostrará, Sánchez y el socialismo, su desprecio a la democracia y a millones de españoles, junto con su personal cobardía como político. Y la historia no suele ser muy benévola con los cobardes.