Con los ojos prestados de un turista
domingo 10 de junio de 2018, 04:00h
No es lo mismo cruzar la ciudad de un lado a otro, en ese cotidiano tránsito de gestiones (hacer la compra, ir al cine, ir a trabajar, ir a la Notaría, al Registro, a ese centro comercial…..), que cruzar la ciudad de un lado a otro siendo turista.
La cualidad de turista tiene algo especial que convierte al usuario de lo cotidiano en su lugar de origen, en un ser privilegiado que puede andar a paso de tortuga mirando escaparates, estatuas, edificios emblemáticos, iglesias e incluso, a los artistas callejeros. Puede comerse un helado o un cucurucho de castañas calientes en plena plaza de España sin temor a que alguien le reconozca con esa pinta y en ese trámite.
Ser turista es mirar con otros ojos la ciudad que pisas y sentirla de un modo diferente a como la sienten quienes la disfrutan en su día a día. Es, al fin y al cabo, verla desde fuera y con esa distancia mínima necesaria para ser más objetivo de lo habitual. Por este motivo, recibir invitados (de fuera) y tener la oportunidad, la suerte o la desdicha según los casos, de poder pasearles por nuestra ciudad, nuestra Isla, nuestro territorio, implica automáticamente tomar prestados sus ojos y observar de forma distinta cuanto nos rodea.
Y hete aquí que, cuando tomas prestados los ojos de turista porque por casualidad tienes que ejercer de anfitrión y recorrer la ciudad y la Isla de punta a punta, te das cuenta de repente de que estas presumiendo de casa cuando en realidad te has dejado encima de la mesita del salón los restos de la cena del día anterior y en el baño la ropa interior que “nunca debiste soltar de la mano”. Sientes esa vergüenza, ajena y propia, de quién ve tarde lo que era evidente desde un principio: que tenemos el centro de la ciudad hecho una pena (basta ver la Plaza de España y alrededores); que cada vez es más difícil para los turistas con elevado poder adquisitivo poder realizarse comprando unas horas, porque la oferta para ellos es tan limitada que su alegría se agota en pocos minutos (cuando en realidad, Palma podría permitirse tener un centro comercial con las mejores marcas del mundo); que tenemos en el subsuelo de la Plaza Mayor una especie de no se que difícil de explicar en nuestra calidad de anfitriones (¿que tenemos allí? ¿cuando se acaba esa concesión? ¿por que nuestros políticos no hacen los deberes y salen en búsqueda de esas grandes franquicias que darían vida a ese subsuelo desastroso y como ocurre siempre, de rebote, beneficiarían al pequeño y mediano comercio de la zona?; que tenemos uno de los mejores Paseos Marítimos del mundo y lo desaprovechamos; que tenemos un edificio en plena fachada marítima a medio demoler y que no sabemos explicar nunca porque esta allí, vacío y desaprovechado y para rematar, tampoco sabemos explicarles porque justo al lado tenemos ese otro edificio pantalla convertido en Palacio de Congresos y Hotel en el lugar más ruidoso de Palma.
Suerte que al final esos ojos son solo eso: ojos prestados, y que cuando terminas de hacer de anfitrión podemos continuar con la venda en los nuestros.