Cuando las calles de cada ciudad se pueblan de tradición y el sentimiento religioso abandona las catacumbas, España recupera una de sus señas de identidad y se rebela contra el laicismo imperante. Una realidad constitucional, que algunas instituciones aplican con más celo que el respaldo a otros colectivos menos numerosos y arraigados, incluso en cuestiones de fe.
Al ritmo inequívoco de la Semana Santa, mientras la cadencia de una saeta rasga los corazones del gentío, cofrades y nazarenos recuerdan la Edad Media con sus capirotes. A los condenados por la Inquisición se les colocaba un gorro similar con figuras alusivas al delito cometido o a su castigo. Desde el siglo XVII la forma cónica de los gorros alude al acercamiento del penitente al cielo. Aunque el tercerol, los mozorros y el verduguillo son otras formas que adoptan los capiruchos en algunos rincones de la península, el cucurucho invertido con faldas sobre los hombros era el que portaban en la cabeza los que eran acusados por el Tribunal Eclesiástico de alguna herejía o delito. El que lo llevaba puesto era objeto de escarnio público y objeto de burla por parte del pueblo llano, en los lugares donde se les exhibía. A los que mostraban arrepentimiento por sus pecados, se les colocaba también un saco de lana que llevaba el nombre de Sambenito, que lo paseaban junto al capirote. De esa guisa protegían su intimidad y tan solo un par de agujeros para los ojos les conectaban con el exterior. Por eso, el que llevaba su máscara en el brazo y caminaba con el rostro descubierto, se le consideraba falto de inteligencia y se extendió popularmente la expresión Tonto de capirote.
El sobrecogedor silencio de las procesiones y el respeto a un episodio clave de nuestra historia, contrasta con los sucesos acontecidos en Cataluña, como consecuencia de la orden de detención y encarcelamiento de varios investigados por la justicia. Como ratificaba recientemente Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea, “si no estás de acuerdo con una ley, puedes decirlo, incluso intentar cambiarla de una forma democrática, pero no puedes ignorarla o criticar al juez por aplicarla.”
Los Comités de Defensa de la República, apoyados por los grupos antisistema, pretenden subvertir el orden democrático imponiendo sus criterios por el uso de la fuerza. Mientras, los partidarios del secesionismo catalán se refieren a los tribunales de justicia, como si aún fueran los Austrias quienes ostentan la jefatura del Estado y el derecho siguiera en manos de los inquisidores. Cambiar el aspecto, incluso tratar de fugarse al amparo de un código penal garantista, no basta para ocultar el verdadero rostro del independentismo, por lo que antes o después recibirán sentencia y, salvo que sean tontos de capirote, solicitarán el traslado a Málaga para confiar en que la cofradía de El Rico cumpla con el privilegio otorgado por Carlos III de liberar un preso cada Semana Santa.