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Legalizar las falsificaciones

Por José A. García Bustos
sábado 24 de marzo de 2018, 02:00h

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Tras el desafortunado suceso de Lavapiés en el que se ha cobrado la muerte de un inmigrante por causas naturales, Podemos ha propuesto legalizar la venta de productos falsos para facilitar la supervivencia de los manteros.

Se falsifica todo tipo de productos: roba, complementos, medicamentos, joyas, tabaco y hasta Ferraris. Sí, como lo oyen, la Policía Nacional desarticuló en 2013 una banda que tuneaba coches de gama media y los vendía como Ferraris o Aston Martin a un 25% de su precio.

Según la OCDE, al año se falsifican productos por valor de 407.000 millones de euros, lo que es equivalente al PIB de Austria.

Con Podemos me ocurre que le suelo entender la finalidad de sus propuestas pero no coincido en el camino para conseguir los objetivos que pretenden.

Hay muchas maneras de ayudar a los inmigrantes. Encomiable es, por ejemplo, el Programa Confía capitaneado por Antonio Sierra que otorga en Mallorca microcréditos para facilitar a los inmigrantes llevar a cabo sus proyectos empresariales aprovechando sus capacidades y experiencia. Desde un estudio de uñas hasta una peluquería. Pequeños negocios que dan sustento a la familia.

Más allá del fomento de la economía sumergida y la consecuente evasión de impuestos o el peligro que pueden llevar a cabo los productos que no pasan controles de calidad o que, en muchos casos, se está beneficiando a mafias, el efecto más grave de legalizar la venta de productos falsos supone, en mi opinión, la eliminación del incentivo a la innovación.

¿Qué aliciente tienen por innovar las empresas si no se les protege su invención fruto, a veces, de años de investigación (y cientos de miles de euros) y se permite que otros copien y vendan falsificaciones de forma legal?

Unos invierten y otros copian o, lo que es lo mismo, unos se esfuerzan y otros se aprovechan de los esfuerzos de otros. Esta propuesta es similar a otra, también de Podemos, en la que pretende legalizar el movimiento okupa y darles, no solo la casa, sino también la luz y el agua gratis. Como si hoy en día no requiriera un ingente esfuerzo tener una vivienda en propiedad, aunque sea segunda o tercera residencia.

El esfuerzo tiene el premio como recompensa. A veces no es inmediato y se debe fracasar antes de conseguirlo pero un fracaso conlleva un aprendizaje de cómo no hacer las cosas.

El panadero que monta un pequeño horno y tiene que levantarse a las 4 a.m., elaborar la masa y hornear el pan para que el primer cliente lo encuentre listo al abrir verá como puede ir generando clientes que incentivarán la contratación de un ayudante y dará negocio al fabricante de harinas o al repartidor de otros productos complementarios. Si nos cargamos el esfuerzo como base de la generación de riqueza y como paso previo a la recompensa nos volveremos un país de acomodados con menos riqueza, trabajo y servicios de los que tenemos. El Estado no puede desempeñar tal función.

Siguiendo con la innovación, un país que no apueste por ella será un país seguidor y deberá, si Podemos no lo remedia, seguir pagando por las patentes de los países innovadores, además del retraso tecnológico que supone.

Las 5 mayores empresas del mundo lo son, precisamente por eso, por haber innovado en el sector en el que operan: Apple, Alphabet (Google), Microsoft, Amazon y Facebook. No es coincidencia que Estados Unidos, un país que facilita enormemente la innovación y el emprendimiento, domine el ranking de las 100 empresas con mayor capitalización bursátil con 53. La primera española es Inditex y se encuentra en el puesto 60.

La innovación conlleva riqueza, empleo y mayor productividad. España no es un país puntero en inversiones en I+D, sin embargo, algunos de los mejores inventos de la historia son españoles, como es el caso del submarino, la calculadora o la fregona.

A veces los inventos llegan fruto de la casualidad como ocurrió con la penicilina, el microondas o la Coca-Cola pero siempre derivados de una línea de investigación alternativa.

Sin investigación o sin innovación estamos condenados a ser un país de segunda. Eso sí que castigaría aún más el empleo, la riqueza y, como no, la venta ambulante. Sería peor el remedio que la enfermedad. Las recetas económicas de Podemos se antojan contraproducentes.

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