Responsabilidad piramidal
domingo 02 de abril de 2017, 18:54h
En esta embarcación que se hunde no hay dignidad. El cuerpo de oficiales, capitán a la cabeza, trata de desviar toda la responsabilidad del cercano naufragio en la falta de compromiso de la tripulación.
Nada más lejos de la realidad. Desde el pasado mes de agosto el vestuario del primer equipo del Mallorca ha sido objeto de avisos y amonestaciones desde las más altas instancias del club incluso antes del primer partido de liga.
Que si despidos en octubre o noviembre, que si desayunos y comidas pagadas, filtraciones de salidas nocturnas en tiempo de vacaciones y, el pasado viernes, la evidencia contrastada de una discusión entre Maheta Molango, Roberto Santamaría y Jon Ansotegui, a quienes negó después de la derrota, un permiso previamente concedido por el entrenador. Cualquier otro técnico con un poco más de personalidad que Fernando Vázquez, en el ocaso de su carrera u Olaizola, en su noviciado, no hubiera tolerado tales injerencias. Para conseguir el efecto contrario, el consejero delegado se apresuraba a dejarse ver ayer en la ciudad deportiva, donde jugaba el filial, abrazándose a los jóvenes -Dalmau, Angeliño, Saúl,...- además de alguna farola. Pero estén seguros que la figura del suizo no es bien recibida y que tanto su mensaje como el del entrenador no han calado lo más mínimo entre una plantilla moralmente tocada y cuya peor receta es, precisamente en estos momentos, colocarla en el centro de la diana.
El primer ejecutivo del club se ha dedicado durante toda la temporada a promocionarse a si mismo, ha ampliado su currículum futbolístico vacío a base de constantes comparecencias públicas y un discurso reiterativo y memorizado como un copia y pega válido para cualquier situación. Su nefasta gestión económica, su paupérrima labor deportiva y su lamentable reflejo social, se proyectan en el triste deambular del equipo por una categoría en la que, si no sobrado, debería competir tranquilo.
Más extraño resulta que los accionistas permanezcan inactivos y silenciosos ante el desastre mayúsculo de su inversión. O nos han tomado por tontos o lo son ellos aunque, al menos por su posición, no lo parecen.
El próximo sábado la afición no debe mirar al terreno de juego para minar el ánimo de los futbolistas, sino hacia el palco o el rincón en el que se escuda y se esconde el primer culpable del caos.