Bienvenido al 2017

Imaginemos que un millonario español, qué sé yo, digamos Amancio Prada, Gabriel Escarrer o cualquier otro, compra un club de béisbol en los Estados Unidos. Así que va para allá, invierte veinte millones de dólares y encarga la gestión a un abogado que le acaban de presentar y cuyas referencias curriculares le sitúan en un bufete desde el que atiende algunos asuntos laborales y contractuales de otro club. Acuerda con él un salario de primer nivel y plenos poderes para hacer y deshacer según su criterio personal.

Después de haber logrado comprender las reglas del juego y seguir desde España los resultados de cada partido, su nuevo equipo anda muy mal clasificado y el dinero invertido desaparece de mes a mes, lo que le obliga a asumir pérdidas y reducir el valor nominal de su compra. Si ayer valía veinte, hoy no se vendería ni por diez. Habida cuenta de su ignorancia en relación al mundillo del “home round”, el gestor que dejó al frente es quien le tiene que contar cómo transcurre la temporada bien sea a través del teléfono, de vídeo conferencia o, circunstancialmente, como invitado a un partido al aprovechar uno de sus viajes para inaugurar en las proximidades un hotel o una tienda.
¿Entendería Robert Sarver tamaño despropósito o pensaría que al pobre diablo le están tomando el pelo y no es tan listo como pregonan sus éxitos comerciales?. De otro modo, ¿entenderíamos cualquier de nosotros lo que nos explicaran a distancia sobre el funcionamiento de la NBA, el fútbol americano y lo de las yardas o los secretos del deporte de masas inmerso en una sociedad y cultura completamente distintas?.

Háganse esta reflexión y recuerden que el día de los inocentes es el 28 de diciembre de cada año. Acabamos de pasarlo y ya estamos en el 2017, más de tres lustros metidos en el siglo XXI.