De nacer y no de hacer
lunes 26 de diciembre de 2016, 18:14h
El ojo del amo engorda el caballo, pero nadie dice qué pasa cuando el corcel cambia de dueño como una veleta de dirección. Los aficionados al fútbol eligen a un equipo al que seguir y casi siempre se mantienen fieles a un sentimiento que se transmite de generación en generación. La profesionalización paulatina pero imparable del balompié ha llevado al desencanto que sufre el público cuando esa desilusión alcanza a considerar mercenarios a los futbolistas de quienes dependen los resultados, los títulos y la gloria, por efímera que sea.
Pero este avance arrollador del negocio que arrasa con el concepto más puro del deporte, ha convertido a los mismísimos clubs en objeto de intercambio, anulando el sentimiento que los generó e hizo crecer. Hoy Maheta Molango, por ceñirnos al ejemplo que más cerca está y más nos duele, no es sino un asalariado más igual que cualquiera de los jugadores a quienes demanda lo que no exige para si mismo. Les diferencia el puesto que ocupa cada uno de ellos, pero no su condición.
Y lo mismo podemos afirmar de Robert Sarver y sus socios que con el pago de algo más de veinte millones de euros ha comprado una institución centenaria y con ella la voluntad de unos pocos miles de almas desprovistas de un sentir verdadero. No caeré en le tentación y el error de sacar a colación aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo único que pretendo demostrar es que el abogado suizo no está más legitimado que cualquiera del resto de trabajadores del club para imponer compromiso bajo la amenaza del despido y la filtración interesada. No es, ni ha sido ni, probablemente, será un mallorquinista más. Está en Son Moix a cambio de un sueldo, no precisamente bajo, lo mismo que mañana podría estar en cualquier despacho y debería saber que la misma vara con la que mide a la plantilla, se le puede aplicar a él. Y seguro que así sería sin en lugar de movernos en el terreno del comercio, volviéramos a los dictados del corazón.