Lo más llamativo de la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas es que el 11,6 por ciento de los ciudadanos ven la falta de gobierno como un tema importante -cinco puntos por encima del barómetro anterior-, eclipsando este dato ante la opinión pública la importancia de los cuatro problemas que le preceden: paro (71,6%), corrupción y fraude (36,6%), políticos (29,3%) y económicos (23,7%).
Es comprensible la desazón social ante la incapacidad de alcanzar compromisos que permitan desbloquear la provisionalidad en la que se ha instalado el Gobierno de España, incluso semanas antes de que el Comité Federal Socialista avergonzara a los siete de cada diez que todavía no les abochornaba el espectáculo partidista. Una situación que podría comenzar a resolverse si impera el sentido común y se abandona el tactismo, con el que el PP podría aprovechar ahora la supuesta debilidad de su adversario, ante unas elecciones a las que el PSOE evita concurrir a toda costa.
Esta inquietud, que ha ido creciendo desde febrero, contrasta con el sentimiento positivo con el que la sociedad española ha concluido el periodo estival, ante una situación económica que alarma casi 30 puntos porcentuales menos a la que vivíamos al terminar el periodo Zapatero y, lo que es aún más sobresaliente, con la tasa de preocupación por el paro menor desde noviembre de 2008.
El optimismo de la ciudadanía es solo relativo y no debe confundir a los que ya arrojan las campanas al vuelo, tras una temporada turística y comercial muy esperanzadora, pero que no se puede considerar estructural. Si la apertura al diálogo por los socialdemócratas deviene en un nuevo ejecutivo presidido por Mariano Rajoy, el ejercicio de gobierno será extraordinariamente complejo, por lo que las tasas de crecimiento y ocupación obtenidas durante los últimos periodos no se mantendrán. Legislar será una tarea ardua, porque no ha fructificado el demandado espíritu de consenso y porque todos los partidos querrán asumir el papel de oposición, para no ser canibalizados por el grupo político con el que comparten la mitad del hemiciclo. Con 137 escaños fijos, 33 eventuales y 180 tratando de ocupar el escaño que Sánchez ha dejado vacante, será complicado evitar el auge secesionista y abordar las reformas que han quedado pendientes.
No es extraño, pues, que junto al problema del paro, la situación económica o la corrupción esté la clase política como uno de los dolores de cabeza actuales. Una jaqueca que no sé si habrá analgésico que la calme para que recuperemos la confianza en la democracia representativa. Con los partidos partidos, sin líderes solventes y ajenos al interés general, no es descabellado interpretar que más pronto que tarde la educación, la sanidad o la vivienda volverán a ser también un trastorno para muchos más españoles.