El debate en el Parlament de esta semana ha girado sobre todo, sobre el turismo. Dentro del Pacte existen opiniones divergentes. Sobre todo el punto discordante está entre los que quieren limitar la entrada de turistas (Més y Podem) y los que no.
Sabedores de que la legislación europea prohíbe las limitaciones a la libre circulación de las personas, en un principio, Més pretendía limitar la oferta de plazas afirmando que no se puede reducir el número de turistas que vienen a nuestras islas porque las leyes europeas no lo permiten. Pero las leyes de mercado, sí. Aunque parezca una contradicción con sus principios, Podem es conocedor de las leyes del mercado, es decir, de los efectos de la oferta y la demanda sobre el precio y viceversa. Por eso abogan por subir la ecotasa para limitar la entrada de turistas. El guante lo ha recogido el conseller de Turisme y ahora lo ve como una herramienta para limitar la entrada de turistas.
Ya que parece que los hoteleros no pretenden subir los precios, Podem i Més pretenden ocupar ese margen que permite la elasticidad de la demanda para encarecer la estancia por vía impositiva. La elasticidad mide cómo responden los compradores, en este caso turistas, ante un cambio en el precio. Los hay que dejan de comprar si suben los precios y los hay que aunque suban los precios un porcentaje no dejarán de comprar. El límite lo pone cada uno. O al menos, cada segmento. Si los que dejan de comprar representan el turismo que no nos interesa y que deja poco margen, habremos acertado.
La economía es sencilla: A más precio, menos demanda pero más rentabilidad por unidad vendida. Si lo suben los hoteleros, más rentabilidad para ellos. Si lo sube la Administración más rentabilidad para todos. Subir precios sin dar valor añadido o con la competencia a un click de Internet, puede ser un desastre.
Es muy importante, a la vez que complicado, conocer hasta dónde está dispuesto a soportar un encarecimiento de producto el cliente objetivo y, por tanto, qué público vas a perder si subes el precio final.
Este verano se está culpando al turista de todo. Las pintadas de “turista vuelve a casa” o “turista terrorista” iniciaron la turismofobia que está siendo secundada con mensajes de que en nuestras islas sobran turistas. Ésta sí que es una buena forma de limitar el turismo. Pero, para siempre.
Se le culpa de la destrucción del medioambiente, de haber generado un modelo que favorece la corrupción, de la dependencia del exterior y hasta la escasez de agua. La propia ley de la ecotasa que, dicho sea de paso, no es una tasa sino un impuesto como bien recoge la nueva ley, señala en la exposición de motivos que la actividad turística ha supuesto una explotación excesiva de los recursos territoriales y medioambientales y una excesiva precariedad laboral.
Llegados a este punto, quiero decir que el modelo actual es, en mi opinión, mejorable en cuanto al posicionamiento estratégico del sector, en cuanto a la precariedad de los contratos laborales y en cuanto a la oferta ofrecida que, es la que condiciona la demanda. No viene un turista si no tiene dónde dormir. En este sentido, hay que mejorar la oferta que compite en precio y aporta poco valor añadido. No hay que olvidar que nuestras cifras récord están motivadas no solo por méritos propios sino también por deméritos de nuestros competidores. En cuanto éstos alcancen un mayor grado de estabilidad política y mayor nivel de seguridad volverán a arrebatarnos parte de nuestros ingresos. Y si el turista ha percibido que, entre nosotros, no se siente querido seguro que no volverá. No quiero ni pensar qué pasaría si fuera en nuestra tierra donde se generara inestabilidad e inseguridad. Muchas son las amenazas: actos de terrorismo, actos violentos de turismofobia, un desastre natural, etc. La probabilidad de ésta última es baja. La de las dos primeras, por desgracia, no tanto.
La base del modelo de negocio está basada en la competencia basada en costes cuando lo que se debería buscar es la diferenciación respecto a otros destinos. Competir en el terreno de la diferenciación, como Rolex en relojes o Mercedes en automóviles, permite reducir las ventas pero aportando mayores márgenes y reduciendo la competencia. Aunque lo mejor, es ser el único por ofrecer algo que nadie ofrece o de la manera que nadie lo hace. La oferta hotelera mallorquina debería representar lo que Zara significa para el sector textil, un sector que no había innovado apenas desde que se inventó en prêt-à-porter.
Los hoteleros deberían aprovechar los beneficios de esta temporada para aumentar la calidad del servicio y la diferenciación. Los hay que ya tienen un posicionamiento de calidad. No digo que todos los hoteles tengan que ser de 4 o 5 estrellas. Digo que, dentro de su categoría y posibilidades sean únicos o aporten un valor añadido tal que los turistas pagasen más por venir.
Hay muchas formas de dar un mejor servicio. Unas son caras y otras no tanto. Se puede invertir mucho dinero en mejorar las infraestructuras (piscinas climatizadas, spa, mejoras en eficiencia energética, pistas de pádel, piscinas con olas para surfistas, hasta parques acuáticos climatizados, … ) pero también se puede innovar con un coste relativamente bajo al alcance de “todos los bolsillos”. La tecnología puede ayudar fabricando hoteles inteligentes al estilo de las Smartcities, aprovechando el Big Data para la toma de decisiones más eficientes, el Internet de las Cosas o la realidad aumentada para aportar experiencias únicas, virtuales pero únicas.
Otra baza es la especialización de la oferta por hoteles. Los llamados hoteles temáticos que aún tienen recorrido. La temática podría estar basada en criterios socioeconómicos, gastronómicos, preferencias musicales, deportivas o culturales, hoteles para adultos sin niños, hoteles con oferta centrada solo en niños. ¿Por qué no crear hoteles cuya temática se recree en los años 20, en gastronomía y cultura asiática o en costumbres y comidas mallorquinas, por poner algunos ejemplos?
Con todo ello, además, los hoteleros se desmarcarán de la oferta de solo alojamiento que ofrecen las viviendas vacacionales. Pero de estas hablaré en un futuro.
Se necesita una colaboración entre hoteleros, partidos de la oposición y Govern, no un enfrentamiento como el actual con divisiones dentro del propio gobierno y con tribunales de por medio. Ojo que creo que los hoteleros tienen todo el derecho del mundo a acudir a la justicia si consideran que sus pretensiones se han visto vulneradas. El turismo debería ser un “asunto de estado”, de consenso. Es importante que la oposición esté de acuerdo para no deshacer lo construido si hubiera un cambio político. Los hoteleros y el Govern tienen el dilema del prisionero con intereses contrapuestos y, ya se sabe, en estos casos, lo mejor es la colaboración y el acuerdo para obtener beneficios comunes. Los hoteleros argumentan que la ecotasa les resta competitividad. Eso es cierto si compiten vía precios. Si lo hicieran vía diferenciación, no sería así.
Si el Govern aumenta más aún la ecotasa, se comerá los ingresos que podrían obtener los hoteleros si subieran ellos los precios. Pero repito, la subida de precios debe ir acompañada de una mejora en la experiencia que recibe el turista en mayor calidad siempre y, a ser posible, en ofrecer una experiencia única. Un mix (ecotasa más subida de precios) parece aconsejable, si realmente los tribunales reconocen la legalidad del impuesto turístico. Y la parte que se obtuviera por la vía de este tributo debería servir para realizar mejoras medioambientales puesto que el turista viene por el valor añadido que le da un hotel pero también por el estado de las playas, la montaña y la cultura local. Todo eso debe ser preservado. Ni que decir tiene que habría que apoyar iniciativas desestacionalizadoras.
Con este cambio de enfoque estratégico, probablemente parte de la oferta hotelera de menor calidad quedaría fuera del circuito y debería reconvertirse en apartamentos residenciales o darles otro uso. La ecotasa también podría ayudar a los damnificados por el cambio de estrategia en el modelo.