Comenzó un nuevo curso. Efectivamente, en cierta medida, quienes tenemos una edad y maravillosos tesoros en casa, venimos midiendo el final del verano, el regreso al trabajo y ese siempre misterioso fenómeno de evaporación espontánea de las vacaciones, no tanto en virtud del advenimiento del otoño o del progresivo descenso de las temperaturas, sino más bien en directa relación al día exacto en que nuestros hijos comienzan el nuevo año escolar. Esos madrugones, esos atascos matutinos, esas mochilas imposibles, esas actividades paraescolares...¡qué voy a descubrir a estas alturas sin poner los pelos como escarpias a todo progenitor!.
Pues bien, ayer mismo tuvimos reunión con la tutora de nuestra cada vez menos pequeña hija y nos llevamos una grata sorpresa. A diferencia de lo vivido en años anteriores, nos encontramos en el aula de nuestros amores un círculo de sillas perfectamente delimitado, tomamos asiento y, a partir de ese momento, comenzó una sesión de lo más participativa y original en la que todos los padres reflexionamos, convenientemente guiados por la que ya es también “nuestra” tutora, sobre cómo veíamos a nuestros hijos, cómo se habían tomado la llegada de este nuevo curso y qué retos y objetivos esperábamos alcanzar con esta nueva aventura escolar.
Casi sin darnos cuenta, vinimos a completar una extraordinaria y sorprendente sesión de terapia de grupo que sirvió para comprobar, como no podía ser de otro modo, que todos tenemos las mismas preocupaciones, idénticas dudas y vemos en nuestros pequeños diamantes los mismos defectos a pulir. Efectivamente, vas constatando que somos una familia más, lo que indefectiblemente lleva a acabar cruzando la mirada con tu pareja y, con cierta dosis de complacencia, susurrar casi al unísono: “Ves…si al final estos maravillosos locos bajitos son todos iguales, a todos nos pasa lo mismo. Claro, si es que no son más que niños”.
He de reconocer que me gustó mucho esta forma de comenzar el curso; me encantó poner cara a todos los padres de los distintos compañeros de mi hija, pues son los referentes de aquellos que han de compartir con ella muchas horas a lo largo de todo el curso escolar; y me gustó compartir con ellos y con la persona que va a guiar a nuestros hijos en este apasionante camino, las opiniones y los diversos puntos de vista que todos fuimos capaces de aportar a ese círculo de confianza que diseñamos ayer.
Pero, sin duda, lo que definitivamente me entusiasmó es comprobar que, en última instancia, todos buscamos lo mismo, que todos tenemos puesta la vista en un único horizonte que nunca podemos ni debemos perder de vista: su felicidad. Sí, lógicamente, queremos que nuestros hijos aprendan, que vayan adoptando técnicas de estudio, que comiencen a percibir la importancia de adquirir conocimientos y que maduren como personas. Claro que queremos eso, ya que en su vida van a necesitar contar con las competencias que les permitan realizarse personal y profesionalmente en un mundo que no es precisamente sencillo. No obstante, ese camino, que en este momento debemos recorrer juntos, de la mano, porque son todavía niños, no podrán completarlo si no tienen claro lo que de verdad es lo más importante para nosotros como padres y para ellos como personas: ser felices.
No perdamos nunca de vista este objetivo. Es lo que queremos nosotros. Es lo que quieren ellos. Es lo que queremos todos.