Francina Armengol no quiere, bajo ningún concepto, un gobierno del PP, lo cual, a priori, resultaría fácil de entender, salvo por un pequeño detalle: O se conforma en las próximas semanas un ejecutivo con los populares al mando –con o sin coalición con otras fuerzas-, o vamos hacia unas nuevas y terceras elecciones generales. No hay más opción, es falso que todavía pueda erigirse un gobierno de lo que los podemitas llaman las ‘fuerzas del cambio’, salvo que se esté dispuesto a escenificar un espectáculo bochornoso de inestabilidad en los próximos años y a pagar un precio que la mayoría de los votantes socialistas no quiere asumir, como es el de permitir una consulta sobre la secesión de Cataluña.
Armengol sabe que su propuesta es absurda e irrealizable y su enrocamiento en la idea de una España social y políticamente dividida en dos denota que para la actual presidenta de Balears los efímeros intereses partidistas están todavía por encima de su sentido de estado, que, a diferencia de notables e históricos del socialismo, brilla por su ausencia.
Resulta absolutamente demencial pensar en una tercera ronda electoral, pero desde luego, si se produjera, la izquierda española lo iba a pagar muy caro.