En todas las disciplinas, en todas las especialidades y en cualquier ámbito existen esas personas especiales que, por razones inexplicables para el común de los mortales, llevan a cabo lo que los demás ni intentan, piensan cosas que los demás jamás llegaron siquiera a imaginar y, de manera indiscutible, dejan huella para siempre.
Seré más concreto. Cuando nos ponemos a hablar mi padre y yo sobre balompié, él siempre me recuerda que, siendo chaval, navarro y seguidor de Osasuna, vino a experimentar un progresivo proceso de conversión al barcelonismo gracias al gran Ladislao Kubala, futbolista español, de origen húngaro y eslovaco que allá en los años 50 maravilló a toda Europa con su juego. Pues bien, en mi caso, me confieso fiel seguidor del Barça, en primer lugar, por mi padre (la genética siempre tira), y también gracias a un holandés volador que acaba de decirnos adiós hace unos días dejando un legado que permanecerá para siempre con todos nosotros: Johan Cruyff.
Vaya por delante que lo de genio y figura se queda corto cuando hablamos de este catalán de adopción sobre el que tanto se ha dicho pero al que, desde la humildad por no haber tenido el privilegio de conocerlo en persona más allá de guardar una fotografía y un autógrafo, pero desde la más profunda admiración, debía unas palabras de sentido homenaje.
Estamos en presencia de un genio. Como hemos tenido ocasión de escuchar en repetidas ocasiones durante estos días, desde la sencillez de sus planteamientos, desde lo aplastante de su lógica futbolística, lo cambió todo. Lo cambió todo como jugador y como entrenador. En el fútbol hay un antes y un después de Johan Cruyff. Siempre líder, atrevido y con una personalidad arrolladora, hizo del fútbol su vida pero, además, llevó su forma de ver la vida, su forma de vivir, al fútbol. ¡Cuántas veces nos repetimos cada día cuán importante es tener objetivos, esforzarse por lograrlos y hacerlo con pasión! Pues eso es lo que hizo el bueno de Johan, teniendo muy presente que, como él mismo afirmaba, en el fútbol, como en la vida, estamos para divertirnos.
Sin temor a exagerar, si observamos en su conjunto su faceta de jugador y de entrenador, nos hallamos sin lugar a dudas ante el más grande de todos los tiempos o, dicho de otro modo, la persona que más ha influido, sin duda, en la historia del fútbol.
Y como culé, ¡¿qué puedo decir?! Johan Cruyff instauró una nueva manera de jugar a este deporte y lo implantó (ahí está su grandeza) en todas las categorías inferiores del Fútbol Club Barcelona, lo grabó a fuego entre los más jóvenes, recuperando y confiando ciegamente en los valores de la cantera, quienes en última instancia debían dar continuidad a su idea. Y esa idea, esa forma tan particular de entender este deporte se ha consolidado como proyecto a largo plazo, ha triunfado y ha acabado imponiéndose siendo universalmente reconocida y admirada. Él nos hizo ganadores, nos hizo superar de una vez por todas el miedo a perder, precisamente, a través de su filosofía del fútbol.
Todavía recuerdo esa primera Champions en Wembley, que tanto bien nos hizo. Ese es el punto de inflexión que nos ha llevado a este dominio en juego y resultados que parece no tener fin porque parece no depender tanto de los jugadores como del mensaje que nos transmiten cuando saltan al terreno de juego. Es cierto que, en la actualidad, la conjunción astral que ha llevado a contar con Leo Messi, el mejor jugador de la historia de este deporte, es única, pero no podemos negar que al verle tocar el balón junto a Iniesta, Xavi (tenía que nombrarlo), Neymar o Suárez, estamos viendo todo aquello que Cruyff nos enseñó; estamos viendo a Guardiola, Eusebio, Txiki, Koeman o Stoichkov; estamos escuchando la misma sinfonía con otros intérpretes y con otros arreglos, pero obra del mismo compositor.
Tal ha sido la influencia que Johan Cruyff ha tenido en el fútbol español que su inicialmente cuestionado y hasta denostado "tiki-taka" se convirtió en seña de identidad de esa selección única e irrepetible que logró coronarse Campeona del Mundo en Sudáfrica en el año 2010. Y no deja de ser irónico que este genio, con el corazón dividido en una final entre Holanda y España, entre el país que le hizo amar este deporte y el país que creyó en su mensaje, terminara afirmando que ganó el que más se lo mereció, el que no renunció a su estilo; ganó España, goleó Iniesta y triunfó el estilo Barça.
Estos días he tenido la oportunidad de hablar con muchos amigos de nuestros recuerdos, de nuestras vivencias, de nuestro Barça, de nuestra Selección Española, y también, como no puede ser de otro modo, de nuestro Johan...y precisamente, en este sentido, especialmente emotivas resultaron las palabras de su hijo Jordi, quien afirmó que era muy consciente de que su padre, efectivamente, no era solo suyo, que su padre y su legado era de todos. Grandeza heredada. Por cierto, su Fundación, su gran proyecto, continuará esa espectacular labor que tanto ayuda a tantos niños. Mucho hecho, mucho por hacer.
En todo caso, no tengo dudas acerca de que, allá donde Johan esté, deseará que sigamos luchando, que continuemos divirtiéndonos con lo que hacemos, que seamos pequeños genios en aquello que nos apasiona. De hecho, ya habrá organizado algún rondo con otros genios del balón y, levantando la cabeza, seguro sigue susurrándoles aquello de..."ahora, salid y disfrutad".