Ahora que Utz Claassen reaparece, a las puertas de la celebración del centenario del Real Mallorca SAD, tras superar una larga neumonía, según sus allegados, no está de más recordar que no hubiera hecho nada, ni sería nadie en el club, sin la colaboración entusiasta de Rafa y Miguel Angel Nadal, Pedro Terrasa y Gabriel Cerdá. Todos mediante la venta de sus acciones con una plusvalía que le importó menos que lo que pagó por la cesión de las de Jaume Cladera y Serra Ferrer, a quienes demandó y, por supuesto, perdió. La diferencia entre los cuatro primeros y los dos últimos es que éstos han pagado con sangre y letras, de imprenta no de cambio, su inicial error, además de perder dinero. Los cuatro jinetes del apocalipsis se calentaron los bolsillos.
No olvidemos el desarrollo de los acontecimientos en vísperas de la gran fiesta a la que no faltarán algunos de los aludidos en un afán de sacar pecho, los unos, o buscar una foto para la historia, los otros, que, por lo que a ellos se refiere, sería mejor sepultar en el baúl de los malos recuerdos.
El mallorquinismo, que antaño se dividía entre los aficionados que acudían al estadio y aquellos que se limitaban a preguntar el resultado por la noche o al día siguiente, se ha transformado ahora en una minoría que traga lo que le echen, ya sea humo o fábulas, y una mayoría que no se siente representada por los actuales propietarios, ostenten o no la mayoría del capital social, ni se identifica con un club sin identidad ni ninguna imagen diferente a la de un negocio cualquiera. El sentimiento se ha quedado, por duro que parezca, en parte de la letra de una canción de grada y, por añadidura, no datada antes del cambio de siglo.