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Dijous Llarder

Por Vicente Enguídanos
viernes 05 de febrero de 2016, 04:00h

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Al escribir esta crónica, la España diversa celebra el primer día de Carnaval con un denominador común y muchas variantes. Los andaluces se enfrentan a la cuaresma con entornaos y puchericos; los castellanos meriendan torrenillos y hornazo; los catalanes prefieren las butifarras y la coca con chicharrones; los aragoneses consumen longanizas y choricer… Así, casi todos los pueblos de la vieja piel de toro reproducen una fiesta pagana, en la que la comida al aire libre es protagonista, pero que tiene en común la honda tradición cristiana en la que se fundamentan muchas de las costumbres europeas.

Durante siglos, nuestros ancestros fueron transmitiendo los elementos particulares que hacían diferente a cada rincón, sin que las diferencias rompieran la convivencia. Los pueblos colindantes, tradicionalmente enfrentados por rencillas cuyo origen se remontaba más allá de la memoria, reproducían hábitos bien arraigados entre los paisanos, sin que eso les impidiera compartir la fortaleza de una república o un reino unido. Participar de la riqueza cultural de cada localidad y enriquecernos con su pluralidad ha sido siempre el mayor acervo que hemos acumulado en este más de medio milenio de comunidad ibérica, aunque aceptada a regañadientes por algunos resignados compatriotas.

Para destruir esa base de cohesión o convergencia y aprovechando que el carnaval político se ha anticipado casi un mes al miércoles de ceniza, el acuerdo in extremis entre opuestos ha formalizado el arranque del proceso secesionista de Cataluña, iniciando la redacción de las leyes de Transitoriedad jurídica, Hacienda y Seguridad Social, como pilares fundamentales de su hoja de ruta. Al igual que en el resto del Estado, las negociaciones en los despachos modificará el resultado de las urnas y se hará realidad que la democracia es polifacética, según el interés particular y la versión que convenga. No podemos someter a referéndum una práctica inconstitucional, salvo que previamente hayamos promovido el cambio legislativo, pero menos aún se puede violentar la expresión ciudadana, que mayoritariamente ha rechazado la aventura. Eso no es democrático, lo diga quien lo diga.

Por ese motivo, pero no el único, sería deseable que nuestros representantes en las Cortes se quiten las máscaras antes de la cuaresma y dejen de manipular la respuesta que los contribuyentes les han trasladado, con ejercicios dialécticos o convertidos en intérpretes de la voluntad mayoritaria. Si la solución a la afrenta catalana y a los retos de una economía maltrecha, por parte de quienes culpan a Rajoy de haber sido el autor intelectual de la muerte de Lennon, es tan sólida como sus falacias discursivas, podemos enterrar el futuro de España en el mismo ataúd de la sardina.

La desconfianza, ganada a pulso por el presidente en funciones y de un partido asolado por la corrupción, la merece igualmente quien dijo que nunca gobernaría con populistas y tiene su casa llena de ovejas negras o quien le secundará, a pesar de haber prometido que sólo formaría parte de un Ejecutivo si ganaba las elecciones y nada quería con la casta. Es probable que acabemos comprobando que la superación electoral de Podemos al PSOE es tan real como la encuesta del CIS, porque nos conducirán a un escenario político donde el ‘formateur’ será Pablo Iglesias, apoyado por socialistas e independentistas, mientras Grecia se enfrenta a una tercera huelga general contra su primer ministro y líder de Syriza.

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