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Salud y alimentación (II)

martes 16 de abril de 2013, 09:07h

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EMILIO ARTEAGA. Había pensado titular este artículo “La alimentación, la medicina olvidada”, pero el parecido con el título del libro del Dr. Jean Seignalet, “La alimentación: la tercera medicina”, me ha hecho desistir y me he conformado con el socorrido recurso de repetir el título de la semana pasada, añadiendo el ordinal. Las teorías y recomendaciones dietéticas del Dr. Seignalet son, sin duda, interesantes, algunas de ellas llenas de sentido, pero otras también polémicas y que han sido contestadas por muchos especialistas y expertos, y, en cualquier caso,  mi pretensión no es hacer una reflexión general sobre el tema de las bases filosóficas y fisiológicas de la alimentación de la especie humana, sino una en concreto sobre la alimentación de algunos colectivos especialmente vulnerables.

Creo que prácticamente nadie estará en desacuerdo con la afirmación de que una alimentación correcta y equilibrada es uno de los factores que más influyen en nuestra salud.  Si esto es así para todos en general, una buena alimentación deviene un factor crítico en los niños, cuyo desarrollo físico e intelectual dependen de su alimentación, en los enfermos, especialmente en los enfermos con enfermedades graves, crónicas y en los hospitalizados y en los ancianos, en los que una correcta alimentación es crucial para compensar las carencias y el deterioro provocados por el paso de los años.

En el caso de los niños, son innumerables los estudios que demuestran que existe una relación directa entre la alimentación y el pleno desarrollo de sus potencialidades físicas e intelectuales, incluidas su capacidad de aprendizaje, su rendimiento escolar y sus habilidades sociales. Si no alimentamos correctamente a nuestros niños estamos perdiendo una parte de nuestro capital más importante como sociedad y poniendo en riesgo nuestro futuro. Es especialmente importante insistir en la necesidad de establecer programas de formación y educación en alimentación para los niños y para sus familias, programas que deberían formar parte integral de los planes de estudio desde la educación primaria. Pero no basta con la teoría. La realidad es que muchas familias no pueden garantizar una correcta alimentación para sus hijos, en ocasiones ni siquiera más de una magra comida diaria y la situación empeora día a día con la actual crisis (o estafa) económica. En este contexto la comida del mediodía en el colegio resulta decisiva, pero las ayudas de comedor escolar han sufrido recortes de entre el 30 y el 50 %. La consecuencia es que muchos padres se han visto obligados a dar a sus hijos de baja en el comedor escolar, con el consiguiente incremento del riesgo de subalimentación e, incluso, desnutrición. Ante estado de cosas, se hace necesario reivindicar que las administraciones competentes revisen sus políticas en este tema, a fin de que todos los niños tengan garantizada la comida en el colegio. El ejemplo de Canarias es paradigmático. Aunque en esa comunidad autónoma no han recortado las ayudas, más de 12.000 niños se dieron de baja de los comedores escolares, por no poder sus familias abonar la cuota correspondiente, quedando en grave riesgo de desnutrición, porque la del colegio era la principal y mejor comida que hacían al día, cuando no la única. Ante este estado de cosas, la consejería de educación del gobierno canario ha decidido subvencionar, hasta el 100 % si  es necesario, el comedor escolar para todos cuantos lo necesiten y, además, mantener muchos de los centros abiertos en vacaciones para que los niños no pierdan esa comida. El resto de comunidades autónomas debería considerar la conveniencia de adoptar medidas similares.

En el caso de los enfermos hospitalizados, aplicable también a las residencias de la tercera edad, todos los que hemos trabajado durante años en hospitales sabemos que una de las quejas casi unánimes y sostenidas en el tiempo de los enfermos es la que hace referencia a la comida, no tanto a la cantidad o a su calidad nutricional, sino a lo poco, o nada, apetitosa que resulta, lo que lleva a muchos a dejarla a medias, o a no consumirla en absoluto. Las personas enfermas necesitan aún más que las sanas una correcta nutrición para poder recuperarse lo antes posible. Además, hay que tener en cuenta el aspecto psicológico. Un enfermo suele estar inapetente, a veces tiene dificultades para la ingesta, no está en el mejor estado de ánimo y si le presentamos una comida insulsa, sin gracia, nada apetitosa, lo más probable es que la rechace. Además de los aspectos de dietética y nutrición, de que la comida sea la adecuada a la situación fisiológica del paciente y a sus necesidades y características personales, como alergias, intolerancias, etc., se deben respetar las preferencias o elecciones (vegetarianos, por ejemplo), incluso tabúes o prohibiciones religiosas, y la comida debería ser suficientemente apetitosa y sabrosa para invitar a su consumo. En Cataluña hay algún programa experimental de cocineros que colaboran con hospitales en la elaboración de menús con platos apetecibles,  preparados de acuerdo con las directrices de la unidad de nutrición y quizás haya experiencias similares en otros sitios. También alguna unidad de oncología tiene programas específicos para los pacientes en quimioterapia, que tienen problemas especialmente graves con la ingesta de alimentos, programas que utilizan por ejemplo los helados, como alimento nutritivo y que es bien aceptado y tolerado por estos pacientes. Pero son ejemplos aislados y minoritarios.  La alimentación en los hospitales debería tener consideración de elemento terapéutico, como la farmacia o los quirófanos y habría, en consecuencia, que darle la importancia que merece, que merecen los pacientes y que necesitan para una óptima y más rápida recuperación. 

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