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¿Debemos celebrar la Constitución de 1.812?

jueves 22 de marzo de 2012, 10:10h

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Estos días España tuvo su atención fijaden la celebración de los doscientos años de la primera Constitución aprobada en este país. La mayor parte de las fuerzas políticas y movimientos sociales muestran su apoyo y respaldo a aquella norma, aprobada en un entorno infernal, en condiciones totalmente adversas y de la que se afirma que fue adelantada a su tiempo. Se reconoce que fue una carta magna ambiciosa, potente e, incluso, el propio Presidente del Gobierno la calificó de reformista, intentando hacer algún paralelismo con las políticas que él mismo está aplicando.

Yo creo que este aplauso unánime a “la Pepa” deberíamos matizarlo. Por supuesto, comulgo con la casi totalidad de los principios liberales que proclama, especialmente observados en contraste al régimen absolutista que pretendía suplantar. Pero, a mi entender, la Constitución de 1812, como cualquier medida política dirigida a cambiar un país, no debe ser sólo evaluada por las buenas intenciones que la motivaron,
sino por la viabilidad de su aplicación, por la adaptación a la realidad. Y, en este sentido, huelga decir que aquel documento fue un fracaso estrepitoso, que en lo básico ha tardado más de 150 años en convertirse en realidad.

A mi entender, el verdadero reformismo no consiste en proclamar principios loables, ignorando el contexto y sin entender que las leyes se han de asimilar por parte de la sociedad a la que van dirigidas, sino que es avanzar con pasos firmes en un camino, en términos posibilistas. Para mí “la Pepa” fue en su momento como la democracia que, inocentes, los americanos dicen que quieren introducir en Afganistán; como las vanas ilusiones de Europa con el nuevo régimen libio; algo que es plausible, pero que está condenado a chocar frontalmente con hábitos, culturas, modos y usanzas anclados en el pasado. Aquella España, como describieran desesperadamente innumerables intelectuales de ese siglo, necesitaba a gritos educación para poder avanzar en el camino correcto, para poder entender de qué hablaban los constituyentes gaditanos, para que la modernidad no fuese un injerto que necesariamente iba a ser rechazado.

A mi entender, España necesita a gritos de realismo, de pragmatismo. Nuestros avances hacia el futuro deben casar con un país que, por ejemplo, no lee como Europa, no tiene el mismo pulso cultural, que se apasiona desproporcionadamente, que sigue a los políticos más populistas con la adoración del ignorante. Por eso lo más importante que podríamos hacer hoy en homenaje a la Constitución de 1812 sería poner a funcionar el sistema educativo; hacer que nuestros chicos acaben los estudios medios entendiendo del mundo lo mismo que entienden los chicos alemanes, franceses o escandinavos. Si seguimos a niveles literalmente comparables con los de Turquía o Rusia (según el informe PISA de 2009), mantendremos nuestra tradicional separación entre deseos y realidades, entre “la Pepa” y nuestra vida diaria.

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