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¿Tienen sentido las campañas electorales itinerantes?

viernes 11 de noviembre de 2011, 10:05h

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En este mismo digital se informaba de que los candidatos de los partidos mayoritarios se desplazan por España en aviones privados, con un coste excesivo. La verdad, en estos momentos, en este país, el uso de un avión privado chirría, hiere a la sensibilidad. Pero no mucho más que otros conceptos absurdos en los que se gasta en una campaña electoral. Pero aquí la cuestión no es tanto lo de los aviones, sino si tiene sentido este tipo de campañas electorales. Si aceptamos que los candidatos tienen que pasearse por todo el país seguidos de una corte de periodistas, entonces no queda mucho más remedio que aceptar el uso de estos aviones, siempre que sean pagados por el partido político. Pero el tema que me preocupa es otro: ¿tienen sentido estos viajes alocados, con la lengua fuera, rodeados de un séquito interminable, para encontrarse con unos pocos cientos de militantes, en locales que cada año han de ser más pequeños porque ya casi nadie quiere escuchar los tópicos de siempre? ¿Tiene sentido que por cambiar el fondo de las fotografías de los candidatos, una corte recorra España a toda velocidad y a un precio de oro? Si los políticos se preguntaran por qué hacen una campaña electoral itinerante, la única respuesta que nos podrían proporcionar es “porque siempre se ha hecho así”. Y yo añadiría, porque en Estados Unidos no han cambiado. Los votos, cuando están en juego (lo cual no es el caso de esta campaña), se deciden por los mensajes que los políticos hacen llegar a los votantes indecisos que son aquellos a los que se accede a través de los medios de comunicación. En un pasado que se antoja lejano, los viajes a provincias servían para que miles de personas acudieran a un estadio o a un polideportivo, para escuchar ese mensaje que creaba ilusión y, poseídos por ella, salir a predicar la palabra del líder. Pero ahora esto es pasado. Sea porque nadie les cree o porque el mensaje es paupérrimo, ahora los candidatos buscan locales en los que apenas quepa un puñado de personas; un bar, un sótano o, puede que pronto una cabina de teléfonos a lo Antonio Mercero, donde sólo importa que haya una cámara de televisión. Entonces, ¿tiene sentido este dispendio de recursos?  
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