MIA
viernes 27 de febrero de 2015, 20:18h
Hablar de epidemia, a día de hoy, es casi sinónimo de hacerlo de gripe. En cuantas ocasiones desayunamos con historias y más historias sobre la infección por el “virus de la influenza”. Sobre su gravedad, su prevalencia y su extrema capacidad de contagio. En realidad, la gripe actual, no es más grave ni más frecuente que en cualquiera de las epidemias de las décadas que nos han precedido.
La práctica totalidad de los diagnósticos los realizan los médicos de cabecera, con una silla y la evaluación clínica. El tratamiento, más bien sintomático. Solo unos pocos precisan ser atendidos en los centros sanitarios con internamiento; por deterioro general, fiebre prolongada o por la agudización de una insuficiencia respiratoria previa.
Hasta hace poco, sólo era preciso acreditar el diagnóstico en unos pocos casos. Este se realizaba, una vez superado el proceso agudo, tras la seroconversión, por la presencia de anticuerpos en el plasma. Es previsible que en los próximos años las bases de datos administrativas de los centros con internamientos muestren un aumento muy significativo de las cifras de gripe. Serán reflejo, sin duda, de los avances tecnológicos que permiten identificar la presencia de antígenos virales en las secreciones respiratorias de forma precoz más que de un aumento real de su prevalencia.
Sin embargo, en las organizaciones, se convive con otra epidemia. Una epidemia contra la que no disponemos de instrumentos de diagnóstico fiable y los mecanismos de control son precarios. La sintomatología se da en el mundo de la empresa y especialmente en el ámbito de administración. Es una epidemia dañina para la salud, para la salud colectiva y para la salud de las propias organizaciones. Nos referimos al síndrome “MIA”.
MIA es el acrónimo del trastorno por “Mediocridad Inoperante Activa”. El perfil básico es el del individuo que lucha por eclipsar, ensombrecer o eliminar a todo aquel que pudiera destacar en su organización y hacerle sombra. En los grados menos severos son inoperantes pero inocuos. A medida que progresa su deterioro y se hacen más patentes sus limitaciones, provocan irritación generalizada. Poseen una ilimitada capacidad de imitar, plagiar, copiar y autoatribuirse las iniciativas ganadoras ajenas. También muestran una habilidad especial en priorizar las obligaciones burocráticas sobre la valoración de los resultados profesionales. Intentan introducir todo tipo de regulaciones y obstáculos destinados a dificultar el progreso y las actividades creativas e innovadoras. Cultivan el charlatanismo y se profesionalizan en el trile.
Por otra parte, el Mediocre Inoperante Activo es particularmente proclive al deporte nacional, la envidia. Sufre lo que no está escrito ante el bien y el progreso ajenos. El verdadero peligro asoma cuando los mediocres inoperantes activos canalizan sus energías hacia la destrucción de sus compañeros más productivos y brillantes. Aguardan, con habilidad felina, hasta encontrar la complicidad del tonto útil en el escalón superior; individuo sin capacidad alguna, aupado sin haberse enterado ni del cómo ni del porqué, al ámbito de la dirección.
El MIA se ha convertido en una verdadera epidemia. Tienen replicación viral, no conocen colores ni banderas, pero por casualidad, se activan hasta el paroxismo en los procesos preelectorales. Parasitan cualquier tipo de organización. Su objetivo primario es, sin duda, el medrar, su objetivo secundario hacer de la mediocridad una potente arma de destrucción.
El diagnóstico es tardío, los mecanismos de prevención poco efectivos y se infiltran de forma serpenteante hacia puestos de responsabilidad debilitando las potencialidades de la organización y depreciando de forma irreversible sus valores.
Su presencia es universal. Su tendencia, a la progresión. Tienen bastante que ver con la las dificultades de nuestras organizaciones para avanzar.
¿Identifican en su organización a los mediocres inoperantes activos? Es muy probable que su repuesta sea afirmativa. ¿MIA en la mía?, también, por descontado. Los hospitales no son una excepción y se dan circunstancias que provocan un inmejorable caldo de cultivo. Los principios de determinados individuos, y no tienen otros como Groucho, se sustentan en considerar el poder y el control como valores prioritarios sobre la profesionalidad, la productividad, la eficacia y el servicio.
Comparten muchas características. Consiguen aumentar los recursos a su cargo sin aumentar su rendimiento. Hipertrofian la administración en los ámbitos donde no es prioritario ni necesario salvo para atender sus ambiciones. Confunden sus intereses personales con los generales y tienen un sentido patrimonial de la administración pública. La coherencia entre su discurso y sus acciones es pura coincidencia. Se obstinan en dejar enchufados a “sus” herederos y no saben conjugar los principios de mérito y capacidad. O estás con ellos, con sus caprichos, o contra ellos.
En el ámbito sanitario son más bien TIOS (Trileros Institucionales Organizados) que MIAS. Como la casta, de la que blasfeman sistemáticamente, conforman una oligarquía que se protege de forma cuasimafiosa y el acoso es su herramienta más utilizada. Herramienta delictiva, pero herramienta al fin y al cabo. Y los acosadores comparten con los violadores su incapacidad para rehabilitarse.
Amigos, que no se os olvide; son inoperantes, pero no inofensivos. Y un consejo, no les deis nunca la espalda. Buen finde.