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En cien años todos calvos

lunes 16 de febrero de 2015, 19:11h

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Nuestra estrella preferida, el Sol, está muy pero que muy lejos. Nada más y nada menos que a unos 150 millones de kilómetros, es decir, la misma distancia que supondría un trayecto Barcelona-La Coruña realizado 150.000 veces. O dar la vuelta completa a nuestro planeta unas 12.000 veces.

En términos astronómicos, sin embargo, está justo al lado nuestro. A apenas ocho minutos luz. Es decir, que la luz que nos llega ha tardado apenas ocho minutos en recorrer tan enorme distancia.

El otro día leí que se calcula que el universo conocido se expande hasta la nada despreciable cifra de 43.000 millones de años luz. Es decir, que el confín más lejano del universo conocido es un punto al cual la luz tardaría en llegar, desde la Tierra, 43.000 millones de años.

Imaginemos un pequeño y aguerrido fotón viajando a 300.000 km/s durante diez veces la edad de la Tierra. Tratemos de visualizar la distancia, además de forma esférica, no lineal. Es imposible. Está fuera de la capacidad imaginativa del ser humano, para quien ir desde Palma a Alcudia ya supone una distancia digna de consideración.

Y lo que es seguro, además, es que el pequeño fotón, cuando haya recorrido esa distancia, verá abrirse ante sí probablemente otro buen montón de miles de millones de años luz por recorrer.

Einstein decía que solo había dos cosas infinitas en el mundo: la estupidez humana y el Universo, aunque del Universo no estaba seguro.

No soy más que un amante de la ciencia que lo ignora todo de ella, como podrá diagnosticar cualquier físico o estudiante de física que lea este artículo, pero así en general, a brocha gorda, creo que no existe aún una respuesta del todo definitiva a si el universo es o no es infinito. Ni siquiera creo que seamos capaces de diferenciar entre finito e infinito si hablamos de determinadas magnitudes.

Escuché también el otro día, otro día distinto del primero, que se calcula que en 300 billones de años el Universo revertirá su proceso de expansión (¿se puede expandir el infinito?) y procederá a contraerse (¿se puede contraer el infinito?) de nuevo para, otro porrón de millones de años después, iniciar otra vez su expansión, y así también hasta el infinito.

En resumen. Vivimos en un espacio infinito o con mucha pinta de serlo con un tiempo infinito hacia atrás y hacia adelante que, ya sea de forma lineal o en forma de bucle, se desarrolla al margen de nuestras estupideces y miserias.

Pero además de esos infinitos que nos gobiernan, el de la distancia y el del tiempo, parece que debemos tolerar otros infinitos, como el de los universos paralelos defendidos, creo, por la física cuántica, así como el de la infinidad de posibilidades de que exista vida en este Universo infinito, así como vida en los referidos Universos paralelos cuánticos.

En fin, una vida no apta para agorafóbicos ni para escépticos.

Sin embargo, y a pesar de las evidencias que nos demuestran que somos poco más que un microbio en la inmensidad, hemos decidido que somos el centro del Universo, su mismo ombligo. Hemos decidido que toda la inmensidad espacial a la que somos incapaces de ir está desierta porque la creación, fuera quien fuera el responsable, decidió dejarnos espacio suficiente para crecer.

Yo, personalmente, creo que a escala universal, nuestra existencia es totalmente irrelevante. Somos una curiosidad, una raza que hace cosas con las manos, muchas de ellas malas, y que tiene capacidad para hablar, escribir, pensar en abstracto y tener conciencia de sí misma.

Pero de ahí a darnos tanta importancia, a creernos tan indispensables y llamados a ser la especie definitiva media un abismo.

La raza humana, dentro de cientos, miles, millones o cientos de millones de años se extinguirá. El Sol, dentro de unos cinco mil millones de años, se colapsará. Primero una gigante roja. Luego una enana blanca. La vida en la Tierra, con o sin nosotros, desaparecerá.

Algunos creen que para entonces ya habremos colonizado otros mundos. Puede ser. Por ahora no hemos pasado de la Luna (apenas a 380.000 Km, es decir, a poco más de un segundo luz), y apenas hemos estado un ratito, suponiendo que no sea todo un montaje…

Ante este panorama, tan apasionante para la ciencia como desolador para el egocéntrico, creo que sería recomendable ser conscientes de lo pequeños, irrelevantes y pasajeros que somos para, desde esa convicción de intrascendencia, tratar de disfrutar de la vida al máximo. Al final, es lo que nos queda.
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