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Einstein y Dios

Por Vicente Enguídanos
jueves 02 de octubre de 2014, 20:08h

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Cada día me reafirmo en que la sociedad tiene imantada la brújula y hemos perdido el norte. No sé si es la consecuencia del relativismo imperante o la capacidad humana de plantear nuevas preguntas cuando cree haber encontrado la respuesta. También podría ser el fruto de la talla intelectual de nuestra clase política o las habilidades comerciales con las que el marketing disimula la cruz de la moneda, pero ya  no Soy capaz de discernir si reducir la lista de inscritos al Servicio Público de Empleo es bueno o malo o si las inversiones estatales en nuestro territorio son motivo de alegría o decepción.

Como cada uno cuenta la historia según le conviene, parece que en cada episodio todos ganan, sin que ninguno pierda. Si por un lado me siento mejor cuando me convencen de que los Presupuestos Generales nos benefician más este próximo año, llega el adversario y me desmoraliza al confundir mi existencia con la del último mono (siquiera de entre los tres sabios). Cuando alguien me seduce con el argumento de que la cohesión exige mejorar las condiciones de vida de quienes tienen menos, sale un avispado que me recuerda que si dejas sin gasolina el motor, todo el coche se para.  Para liar más el nudo gordiano, la culpa de todo la tiene quien asó la manteca o quien la metió en el horno, pero la verdad es que la tostada está en el suelo.

Como consecuencia, ni me atrevo a valorar los datos que ayer conocimos sobre el paro, pues el yin y el yang se oponen tan sucesivamente que no pensaré lo mismo al empezar que al terminar este escrito: si pongo en relación los números con el mes anterior o el mismo mes del año pasado; si responden a ocupación efectiva o un modelo de contabilidad que deja fuera a fijos discontinuos, emigrantes o en formación; si son menos o más fiables que los datos estadísticos que nos ofrecerá la Encuesta de Población Activa; si las comparo con las cifras de afiliación a la Seguridad Social o si estos nuevos contratos de alta son precarios o estables, afectan a hombres o a mujeres, a jóvenes o a maduros, estacionales o indefinidos…

El otoño ha llegado, pero no han caído todavía las hojas que me impiden verlo claro. Cada mañana me levanto para leer digitales como éste y escuchar la radio, con la única esperanza de que alguien, algún día, pronunciará una verdad inmutable que no tendrá contestación, pero… nada. No hay remedio.

Los programas se incumplen con la misma vehemencia con la que se garantizaron, se critica con dobles varas de medir y según la posición que ocupa el crítico, se justifica la infidelidad (no sólo conyugal) según eres la víctima o el verdugo, es paja o hierro si el ojo es el propio o el ajeno. Quin mal de cap!

Siempre creí que la mejor herencia que podía legar en mi hija era ayudarle a discernir lo malo de lo bueno (aunque no tuviéramos la misma valoración de los hechos). No sólo por un rancio concepto maniqueo, ni porque quiera imponerle una orientación concreta, sino porque discernir y optar es una de las pocas cosas que nos distingue de los animales (además de enfrentarnos en el coito). Espero que también le haya infundido el amor por las otras especies, como nuestras mascotas, ya que cada día percibo con más lucidez que la única certeza que conozco en la Tierra la planteó el físico alemán que  reformuló totalmente el concepto de gravedad, porque nunca he sido capaz de entenderlo.
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