www.mallorcadiario.com

Islero al aparato

miércoles 16 de julio de 2014, 19:27h

Escucha la noticia

Suena mi móvil. Es la enésima vez en dos semanas que me llaman desde un número de la península. Pienso, otra vez estos cabrones (ojo, no es un insulto, es solo el indicativo que utilizo para todos aquellos que quieren venderme por teléfono cosas que no necesito). Cedo y me apresto a escuchar. Pues mira, hoy no me quieren vender nada, falsa alarma. Es una señora muy amable que, en nombre de uno de mis bancos (no, no tengo un banco, ya me entienden) quiere hacerme el jodido cuestionario de la Ley 10/2010 de prevención del blanqueo de capitales, porque, si no, la ley les obliga a bloquearme las cuentas (pues como me bloqueen las cuentas, a ver de dónde piensan cobrar la hipoteca, pienso). O sea, soy un sospechoso, condición que comparto con abogados, economistas y otros apestados. Dice mi interlocutora que me va a grabar, por seguridad. Ni que fuera el hijo natural de Bin Laden. Comienza el interrogatorio. Me pide que confiese ser autónomo, en un tono propio de las épocas preconciliares, en las que el confesor inquiría machaconamente sobre los tocamientos impuros. Sí, lo confieso, soy autónomo, avergonzado. Que a qué me dedico. Me siento como cuando mi madre me preguntaba por cosas que ella ya sabía de antemano, para pillarme. Esta pava quiere joderme, así que diré la verdad, como me enseñó el catecismo. Soy abogado. -¿Abogado? –adivino escepticismo -¿y su CNAE? -¿Mi qué? –Que si sabe el número del CNAE (clasificación nacional de actividades económicas) de su profesión. –Mire, señora, no sé el número de matrícula de mi moto, la talla de mis pantalones ni el número teléfono de mi casa y voy a saberme el del CNAE. Me perdona la vida, dice que ya lo buscará. Y aquí se desata la tortura. Torquemada se acerca más al micro y me pregunta con voz cortante si tengo clientes que me paguen regularmente cantidades superiores a 3.000 euros en metálico. Se me escapa el descojono, pero coño, tengo que contenerme, que me están grabando y lo mismo está Montoro escuchando con el pinganillo en un rincón poniéndose cachondo. Le espeto un “qué más quisiera” que me sale del alma. Craso error, igual ahora piensa que soy propenso a aceptar pagos en metálico regulares superiores a 3.000 euros y entonces la cagamos, el CNI se aposta en el jardín de mi vecino haciéndome fotos en calzoncillos y registrando todos los sonidos que emergen de mi anatomía por sus distintos huecos.

Aclaro: –que no, que no tengo clientes Papá Noël. Continúa la tipa, impasible al sufrimiento ajeno. -¿Tiene usted clientes que le paguen desde cuentas ubicadas en paraísos fiscales? Comienzo a pensar, no vaya a ser que la viuda aquella a la que le estoy tramitando judicialmente su pensión –que la seguridad social le deniega- me vaya a pagar con fondos de una cuenta millonaria en las islas Caimán o en Gibraltar. –No, señora, le juro que mis clientes son muy normalitos, no tengo en cartera ni a consejeros delegados de bancos, ni a jerifaltes de multinacionales de la telecomunicación, la construcción o el petróleo, ni a partidos políticos estatales, ni a miembro alguno de ninguna casa real, ni a Kim-Jong-Un, ni a los Castro, ni a la herencia yacente de Idi Amin Dada o de Bokassa, por si le sirve de algo.

Y entonces, sólo entonces, me doy cuenta de que estoy siendo sometido al interrogatorio que, en propiedad y si a este país le quedase algo de dignidad, debería hacerse a todas las entidades similares a aquella para la cual trabaja la señora inquisidora. Porque si alguien debería dar largas explicaciones sobre blanqueo de capitales no somos los profesionales, indagando el origen de los cuartos con que nos pagan (en venturosos casos) nuestros clientes –aunque una ley perversa y fascista así lo regule, obligándonos a vulnerar una garantía tan elemental como el secreto profesional-, sino los chorizos vestidos de Armani que se sientan en consejos de administración de entidades que han llevado a la ruina a occidente y que, a mayor abundamiento, hemos tenido que rescatar, como para que encima nos llamen para esparcir sobre todos los profesionales sin distinción la indigna sospecha de su propio crimen. Es como si me llamase Al Capone para preguntarme cuántas metralletas he comprado en el último ejercicio y si acostumbro a liquidar maderos regularmente. Vale, ya me calmo.

Suena otra vez el teléfono, esta vez con el prefijo de Jaén. - ¿Digaaa? –Don Marc, permítame que me presente, soy Islero Miura, de la casta Cabrera, 495 kg., negro entrepelado y bragado, ¿accederá usted a que le haga un breve cuestionario?. –Adelante, no se corte. -¿Dónde estaba usted el 28 de agosto de 1947? –Leches, ahora mismo no lo recuerdo. Cielos, estoy perdido.

 

 

 
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
1 comentarios