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Prietas las filas

jueves 13 de febrero de 2014, 10:07h

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Sencillamente alucinante. El comunicado de la Junta de Fiscales acerca de la actuación de su miembro más mediático, Pedro Horrach, en el caso Noos, raya el paroxismo corporativista y hagiográfico, jamás visto hasta este extremo ni siquiera entre colectivos tenidos por tales, como médicos o abogados.

Que funcionarios públicos cuyos emolumentos pagamos entre todos dediquen su tiempo de trabajo a discutir, consensuar y redactar comunicados de prensa para defender su imagen de lo que piensa la inmensa mayoría de la población, da cuenta del nivel de degradación democrática de nuestro país. El pueblo que piense lo que quiera, nosotros tenemos razón.

A los fiscales les molesta ahora el haber pasado, ante la opinión pública y gran parte de los medios de comunicación, de héroes de la lucha anticorrupción a colaboradores del aparato del estado para hacer pasar desapercibidas las miserias de sus más altas instituciones. Pero, amigo, donde las dan las toman, dice el refrán castellano, que, como todos, contiene una gran dosis de sabiduría.

La fiscalía promovió y facilitó que los medios de comunicación estuvieran presentes en sus actuaciones más celebradas, que todos tenemos en mente, desde intervenciones en ayuntamientos, despachos de abogados y notarios a ocupaciones de sedes de partidos políticos. Creyeron, ingenuos ellos, que así la opinión pública iba a llevarlos en volandas siempre y en todo lugar, hicieran lo que hicieran, porque ellos eran los “buenos”. Incluso alguno, como el propio Horrach, cultivó el papel couché, en plan Elliott Ness del siglo XXI. Sólo faltó el “Sálvame”.

Pero es que el comunicado, además de corporativista y parcial, es absolutamente acrítico, una actitud propia de los regímenes totalitarios cuyas actuaciones dice condenar. Señalar que “los incontestables éxitos acaecidos en los últimos años en la lucha judicial contra la corrupción” “son consecuencia directa de la actuación profesional” de la fiscalía, olvidando por completo la labor de los jueces y la propia conciencia colectiva, antaño inexistente, es atribuirse en exclusiva todo el mérito del buen funcionamiento de la justicia. Afortunadamente, no es así. Hombre, si ellos consideran exitosos los procesos seguidos contra Jaume Matas o contra Lluc Tomàs, por ejemplo, entonces habrá que comulgar con que realmente no han tenido ni un solo fracaso sonado. Quizás consideren también un éxito actuaciones como las de efectuar detenciones masivas y prolongadas de ciudadanos a los que no se acaba acusando de nada, saldadas a la postre con decenas de desimputaciones, en la búsqueda a todo trance de que se señalase con el dedo índice a aquellas personas que consideraban piezas codiciadas de cada caso, acusación lograda en muchos casos a fuerza de pactar penas irrisorias con aquellos verdadera y confesadamente culpables de delitos corrupción y de meter la mano en la caja.

Personalmente, además, me parece un tremendo fracaso y una manifiesta injusticia perseguir con ahínco e inusitada dureza delitos económicos contra la administración y, en cambio, plegarse a infumables e incomprensibles acuerdos en casos con delitos de sangre o contra la libertad sexual, como los habidos recientemente en nuestras islas. De eso, claro, no habla el comunicado.

La fiscalía habrá cosechado éxitos, quién lo duda, y más nos vale que siga siendo así, pero también debe aceptar ser objeto de crítica por sus fracasos o por sus decisiones incomprensibles a ojos de los ciudadanos. Treinta años atrás, cuando nadie conocía los nombres de todos los fiscales, porque éstos trabajaban al margen de los medios de comunicación, hubiera sido impensable que se generase un debate popular y mediático sobre la labor de aquéllos, y menos personalizándolo. El anonimato del que ahora se acuerdan –a buenas horas- era la regla general. Los fiscales, se pongan como se pongan, no son mejores ahora que entonces, y sus éxitos o fracasos –como los de abogados, jueces, médicos, amas de casa o conductoras de autobús- son probablemente parejos en porcentaje. Los hay buenos, malos y regulares, por más oposiciones que hayan ganado todos ellos.

Eso sí, antes no salían en el Vanity Fair.
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