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Todos la querían

Por Vicente Enguídanos
jueves 14 de noviembre de 2013, 18:03h

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Casi todos los que hayan reparado en el VI Informe sobre la situación de la lengua catalana, presentado este miércoles por el Observatorio de la Lengua en Barcelona, habrán subrayado el mágico número alcanzado de diez millones de usuarios, que bien merece un titular, como lo fue el triunfalista grito de Pujol en los ochenta. Lo difícil será que hayan coincidido en algo más, dada su polémica naturaleza: Unos dirán que la cifra es inexacta porque nuestros vecinos del Turia decidieron  denominar específicamente su lengua o porque las variantes insulares no deberían ser englobadas en esa amalgama.  Otros interpretarán apesadumbrados  que los residentes en  Illes Balears duplican a los de Cataluña en el desconocimiento de su lengua vernácula, aunque la ratio sea justo la de la media. Varios lectores considerarán positivo el crecimiento del catalán como lengua inicial, ya que la usan  prioritariamente casi la mitad de los que la hablan, mientras tantos como los anteriores seguirán criticando la inmersión que ha sido precisa para provocar tal éxodo en la periferia. No sorprenden ya  ni los que se congratulan porque sólo ocho de cada cien personas ignoran el habla catalana en este área, ni tampoco los que creen que, cerca de que las leyes de Normalización cumplan tres décadas,  la discriminación positiva que se procuraba sea más segregadora, si se cronifica, que las causas que motivaron su propuesta.  Estas disputas que afloran ahora, casi balompédicas,  son idénticas a las que fragmentaron a la sociedad levantina en dos modelos de conducta, justo cuando nacía su televisión autonómica. Un elemento presuntamente cohesionador que no ha logrado, un cuarto de siglo después, que la mitad de los valencianos hablen su lengua autóctona.

Cuando se enconan las posiciones por culpa de los símbolos y las formas, y no se busca un destino universal al que se puede llegar por múltiples carreteras,  puede llevar al fracaso colectivo, por mucho que todos crean defender a su tierra. Para que no cristalice el dicho popular de que “todos la querían, pero entre todos la mataron”, tanto los eruditos como los viscerales deberán hacer un enorme ejercicio de responsabilidad para conciliar posturas y que el mandato de las urnas no se convierta en un imperativo, condenado por la coyuntura. Tampoco la presión social puede consagrar todo lo que se proponga, por muy alto que se grite o el color con que se escriba.

Extremeños, castellanos y andaluces, como venezolanos, ecuatorianos y chilenos tenemos una lengua de raíz común, pero florecida en la diversidad de unas culturas, que distan mucho de ser idénticas. La lengua es a la cultura lo que el óleo a la pintura: no basta con que distingas los colores para que cuelguen tu obra en una pinacoteca. No usemos la lengua, hagamos un buen uso de ella. Centremos sin demora nuestro esfuerzo en fomentar lo que nos une y refuerza, más  que aquello que nos confronta; porque, antes o después, Google conseguirá romper la barrera del idioma, para que todos podamos compartir o pugnar por lo que de verdad importa.
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