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El te de las cinco

Por Jaume Santacana
miércoles 17 de julio de 2013, 07:06h

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El te es una bebida muy hermosa. Ya entiendo que adjudicar un adjetivo tan marcadamente de signo estético a una bebida y añadirle, además, un adverbio de cantidad, puede resultar excesivo, pero no me parece del todo inadecuado.

Este brebaje ancestral convive, desde casi siempre, con el vocablo “civilización”. Evidentemente –no podía ser de otra manera- son los ciudadanos británicos quienes han propiciado esta curiosa conjunción. Por otro lado, el mundo árabe considera la infusión que nos ocupa, como un elemento de cohesión social; los habitantes de estas zonas del norte del continente africano se reúnen para degustarlo (primordialmente añadiéndoles otro elemento como la menta) y, por encima de otras consideraciones, lo utilizan como un método infalible para matar la sed que produce, indefectiblemente, la alta temperatura ambiental. Para ellos, el te consigue el mismo efecto que las “chilabas” que cubren sus sufridos cuerpos: aislamiento del calor y sus nefastas consecuencias.

Lejos de África, en Japón, la consumición del te conlleva un ritual que se transforma en ceremonia. El individuo japonés es muy dado a convertir la socialización en protocolo y, en este caso concreto, la ingesta de dicha bebida matiza los rasgos de la temible individualidad nipona y la transforma en un medio que canaliza el acercamiento entre individuos, a través del rito, de la liturgia.

Desde la humilde posición que me permite ser cronista de la vulgaridad más absoluta, debo definirme como un amante integral del líquido que nos ocupa. Ya he definido el te como una bebida muy hermosa; pero es que, aun por encima, sospecho que de su consumo se desprenden otras magníficas cualidades como, por ejemplo, la propia sencillez de su elaboración así como virtudes tales como la mesura en el sabor y la proporcionalidad del gusto.

Todas las comparaciones –o casi todas- son odiosas; o así lo proclama la sabiduría popular, pero en este caso me atrevo a afirmar que el te marca un estilo propio respecto a su hermano el café, bebida mucho más masiva y popular. El café tiene un punto de agresivo a partir de su fortaleza indiscutible. Un sorbo del líquido negruzco da, a muchas personas, un efecto “desfibrilador”, si valiera la expresión; es como un electroshock que punza el cuerpo y el espíritu del consumidor y lo sitúa ante la vida con más vitalidad, con más energía. Golpe seco…efecto instantáneo.  El te comporta una reacción mucho más sedante, más tranquila, más reflexiva, más relajante.

Pienso que el se te debe tomar sin azúcar y con una pizca (una nubecita le llaman muy acertadamente en el Reino Unido) de leche fría. Hay dos momentos idóneos para su consumo diario: por la mañana –y siempre después de un desayuno poco frugal, como debe ser- y por la tarde, a eso de las cinco y acompañado, si puede ser, de unas pastas ligeras y volátiles, casi etéreas. Nunca una sola taza: un mínimo de dos, cosa que requiere un “tempo” sosegado y alargado, como los cipreses.

Personalmente opino que la excelencia del te la proporciona la clase “Lapsang- Sou-Xong”, ligeramente ahumado. El paso de este tipo de te por el paladar, deslizándose cremosamente hacia la garganta, no tiene rival. Actúa como un brillante apoyo hacia la felicidad y el bienestar humano.

¡Gracias, te!
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