De vez en cuando, nuestro olvidado patrimonio parece ser objeto de alguna iniciativa que trata de preservar aquello que aún no ha sido arrasado por la modernidad. Es el caso de los molinos de viento que antaño poblaban los huertos del levante de nuestra ciudad hasta el pueblo de Sant Jordi, dentro del término municipal de Palma, como también lo hacían en otras zonas desecadas de Mallorca, como Sa Pobla.
Quienes somos aficionados a las fotografías antiguas de nuestra Isla -la labor de los amigos de FAM resulta impagable-, incluyendo los miles de instantáneas que los spotters de todas las épocas han tomado del entorno aeroportuario de Son Sant Joan, deploramos la destrucción que, en pocas décadas, han sufrido centenares de estos ingenios, diseñados para extraer el agua salobre de la zona con la que regar la huerta de Ciutat.
Bien sea porque una exposición fotográfica nos recuerda su existencia, bien porque se avanza en el diseño de mecanismos para hacer útiles los molinos en orden a producir energía eléctrica, lo cierto es que vuelve a hablarse de ellos, y no deberían las autoridades desaprovechar la ocasión y dar un impulso definitivo a la recuperación de una imagen clavada en la retina de varias generaciones de mallorquines y visitantes.
Para que esta recuperación patrimonial sea exitosa deben darse dos circunstancias: La primera, que se prevean ayudas públicas, porque, como es obvio, probablemente ningún propietario agrícola tenga entre sus prioridades de gasto la restauración de molinos en estado ruinoso. La segunda, que la inversión sea rentable, de manera que a medio plazo proporcione beneficios.
La presentación de un proyecto patrocinado por Audi para la generación de energía eléctrica en uno de estos molinos fue una gota en el océano, pero demostró que es posible preservar su utilidad en el siglo XXI. Y si el coste publicado de la instalación es inasumible para el común de los propietarios - alrededor de 120.000 euros-, lo cierto es que dicho importe deriva de su singularidad, de forma que si se extendiera el proyecto a centenares de molinos podría reducirse quizás a una cuarta parte.
Los mallorquines hemos perdido demasiado patrimonio agrícola y etnológico como para no hacer un esfuerzo en recuperar todo aquel que aun sea susceptible de restauración.