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Mikel Azurmendi o el apostolado del ejemplo

Por Gabriel Le Senne
jueves 19 de agosto de 2021, 06:00h

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Me envían un post de Dolça Catalunya sobre el fallecimiento Mikel Azurmendi. Filósofo, antropólogo, profesor universitario, fue de los primeros miembros de ETA, y también de los primeros en abandonarla. El post incluye el vídeo de una entrevista presentada por el obispo Munilla y conducida por Fernando de Haro.

En ella Azurmendi explica que en sus clases, tanto en antropología como en ética, buscaba la vida buena. La Ilustración no le daba respuestas, Nietzsche no le daba respuestas… Sólo le quedaban argumentos preferenciales: los que cada uno prefiriese para sí. Entonces se topó con gente que practicaba la vida buena, que la vivían, que entregaban su vida por amor. Gentes dedicadas a hacer el bien y que ni la prensa ni la sociología conocían. La admiración le hizo interesarse. El encuentro con Dios, dice, no viene por razones argumentales, sino por el encuentro con personas que ponen ante los ojos esta otra manera de vivir. (Un servidor precisó antes las razones argumentales, pero quizás sea infrecuente).

Nuestro autor destaca dos ideas esenciales. Primera: la vida como don gratuito. La vida se recibe gratis y es para darla gratis; si tratas de guardártela, la perderás. Segunda: la importancia del otro, que también recibe su vida como don gratuito, y por tanto no puede ser enemigo ni adversario, sino que, al contrario, es un bien. Dependemos absolutamente del otro; Azurmendi pone el ejemplo de las neuronas espejo, que nos hacen empatizar naturalmente.

Estas ideas chocan frontalmente con el individualismo que vertebra nuestra sociedad, que sólo considera sus derechos, que ve a los demás como obstáculos, que piensa que uno sólo depende de su propio esfuerzo. (Comentario: ahí creo que se trasluce algo del antiguo marxismo del autor; desde mi visión liberal diría que también a veces pecamos del extremo opuesto. Es preciso un equilibrio entre la persona y la comunidad, evitando tanto el individualismo como el colectivismo.)

A continuación Azurmendi reflexiona sobre la libertad, que a menudo concebimos de manera excesivamente estrecha: que los otros no me coaccionen para que yo pueda elegir mis opciones. Esta idea, dice, siempre está contra otros. Cuando para los cristianos es todo lo contrario: la libertad es cómo iré yo a vincularme mejor con los demás. El bien común y el amor recíproco. (La libertad es para amar, para darse; otra idea en la que venimos insistiendo).

Preguntado por Dios, critica que en nuestra sociedad frecuentemente se reduce a una idea impersonal que no tiene nada que ver con la realidad del cristianismo, resultado de muchos años de metafísica, de combate teológico entre unos y otros: un ente que depende de sí mismo; sumamente bueno; que creo el mundo; aquello más allá de lo cual nada se puede pensar, lo más perfectamente pensable. Dostoyosvki lo presenta como premiador o castigador. Pero los cristianos, dice, tienen otra idea de Dios. Jesús presenta una vida de una belleza sin par. La gente lo seguía por lo que decía. Por cómo miraba a la gente. Una vida sorprendente. Decía que había que vivir por amor. Enseña que vivir con la gente más pobre es más interesante que vivir con los poderosos. En esa sociedad existía una brecha parecida a la nuestra: una cosa era lo que se pensaba y otra lo que se hacía. Los dirigentes apenas cumplían los Mandamientos, la ley mosaica, pero se los hacían cumplir a los demás. Jesús quita ese acartonamiento ordenancista y lo lleva hacia el amor. Azotaba y atacaba a esa gente que dominaba la sociedad, que lo acabó matando. Dios, que era un foco puramente intelectual, mental, el cristianismo lo hace humano. Dios se hizo humano porque le interesa redimir a la humanidad. Abre un camino nuevo de amor. Podemos acercarnos a Dios viéndolo como una bomba atómica de amor y podemos verlo en el otro.

Jesús y once desharrapados dan lugar, en un milagro absoluto, a nuestra civilización. De ningún otro personaje histórico de la antigüedad sabemos tanto como de Jesús. ¿Cómo sé yo que es Dios? Jesús resucitó, pero ‘resucitó’ también a los apóstoles, que huyeron tras su muerte, pero que los cambió: tiraron adelante y cambiaron el mundo, abolieron la esclavitud, estas gentes desastradas. Ha visto familias que acogen a niños necesitados, deficientes mentales, con grandes enfermedades, lo más necesitado. Familias numerosas, con seis hijos, que acogen a dos más, de madre heroinómana. Son educadores, aman a los niños. Crean bancos de alimentos, hospitales para enfermas de SIDA. Gente que da la vida por amor. Quien ama no se equivoca. Amar no es equivocarse. Esta gente que hace estas cosas amando, nos dice Azurmendi, tiene razón.

Ya no piensa en el futuro ni en el pasado. Ni batallas de viejo ni miedo a la muerte ni a la enfermedad. Trata de aceptar el instante, en el que puede estar en contacto con Jesús, con Dios. Cuando el tiempo no te importa puedes hablar por teléfono, escuchar realmente a la gente. No se pierde el tiempo. Quien sale ganando soy yo. Se vive cada momento como la eternidad.

En fin, si ven la entrevista sacarán muchas más ideas interesantes, de un filósofo marxista que se convirtió por el ejemplo, aunque como ven extrajo para sí mismo —y para nosotros— multitud de argumentos racionales.

Descansa en paz, Mikel, que tu ejemplo también dará mucho fruto.

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