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Mí tío Gaspar

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 13 de abril de 2024, 12:49h

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El pasado martes, Sa Pobla perdió a uno de sus hijos más ilustres, el músico, folclorista y compositor Gaspar Aguiló Forteza —mi querido tío Gaspar—, que falleció en Palma a los 98 años de edad.

Leyendo las emotivas necrológicas que le han dedicado estos días, he descubierto facetas de la vida personal y profesional del tío Gaspar que desconocía o que conocía muy poco, lo que ha contribuido a que me sintiera aún más orgulloso de él.

Destacaría, en ese sentido, que en 1957 fue el primer director de la Escuela Municipal de Música de La Puebla, que fue también el creador del Ball dels Caparrots —conocido popularmente como Jo i un pastor— o que recogió de viva voz de los glosadors de la época las tonades que acompañaban las labores del campo en su amado municipio natal.

Hace apenas unos meses, en noviembre del año pasado, mi tío Gaspar recibió un precioso homenaje en la iglesia parroquial de Sa Pobla, como reconocimiento a su dilatada y fructífera trayectoria profesional. Además, a partir de aquella fecha la escuela que había impulsado y dirigido medio siglo atrás pasó a llamarse 'Escola de Música Gaspar Aguiló Forteza, «Guixó»'. Ese apodo último tiene su razón de ser en el hecho de que él era de Can Guixó, denominación por la que era conocido en Sa Pobla.

Los recuerdos que guardo del tío Gaspar son, en mi caso, sobre todo de carácter familiar, claramente vinculados de una u otra forma al hecho de que fuera el hermano de mi añorado padre —Juan Aguiló Forteza—, de Sor Maria y de Sor Margalida, religiosas agustinas ambas, por las que sentí también siempre una gran y continua estimación.

Esos recuerdos personales han quedado grabados de manera indeleble en mi memoria, a pesar de que algunos de ellos se remontan ya a varias décadas atrás. Quizás el más curioso de todos sea que la primera vez que vi una televisión en color fue en su antiguo piso de la calle Balmes, en torno a 1974. Quedé absolutamente fascinado al contemplarla. Yo tenía entonces unos diez años.

En la sala de estar de aquella casa había, además, un gran piano de cola, que mi tío tocaba con regularidad no sólo a causa de su trabajo como músico, sino también para deleitarnos con su maestría, en especial en las celebraciones navideñas.

Ese inmenso amor por la música era igualmente compartido por su hermana menor —sor Margalida—, que era pianista y organista, y por mi padre, que tocaba el violín. Sor Margalida era asimismo docente, y yo tuve la inmensa suerte de que fuera mi profesora de Música cuando cursé 1º de BUP en el Colegio San Agustín de Palma, en el curso 1977-1978.

Por razones que seguro que ustedes entenderán muy bien, me esforcé mucho para intentar ser aquel año uno de los mejores alumnos de mi tía, y la verdad es que ese esfuerzo se vio finalmente recompensado, pues de nota final me puso un 'Sobresaliente'.

La llegada de los años ochenta supuso el inicio de una etapa muy dura a nivel familiar, pues en 1982 fallecería mi padre, con apenas 50 años, y posteriormente murieron mi tía Margalida y mi tía Maria.

En todos esos momentos, sentimos siempre el cálido apoyo del tío Gaspar y de su esposa, como lo habíamos sentido también ya con anterioridad en muchas otras ocasiones, en especial cuando una noche de mediados de septiembre de 1979 nos acogieron de madrugada en su casa, después de que el piso en el que vivíamos entonces mis padres, mis dos hermanos y yo, en la calle Ballester, se hubiera visto afectado por un voraz incendio que se había declarado en un almacén próximo.

El tío Gaspar estaba casado con Margarita Miró, que es otra de las personas de mi familia por las que he sentido y sigo sintiendo un mayor afecto y cariño. El matrimonio tuvo dos hijos, Gaspar —que además es mi padrino— y Miquel. Toda mi familia paterna es, pues, de origen chueta, como lo soy también yo mismo, una circunstancia que, sin duda, contribuyó a que estuviéramos aún más unidos.

En mis años de juventud, quedaba mucho con mi primo Gaspar, sobre todo para charlar y para jugar al ping-pong, mientras que en estos últimos años he quedado más con mi primo Miquel, también para charlar y para intentar arreglar un poco el mundo a nuestra tranquila y sosegada manera, aunque últimamente vemos que, en principio, el mundo no parece querer hacernos excesivo caso.

Todos esos recuerdos y otros igualmente valiosos para mí volvieron a hacerse de nuevo presentes el pasado jueves, en el funeral oficiado por el alma de mi tío Gaspar en la basílica de Sant Miquel.

La vida, lo sabemos bien, está hecha en cierta forma sólo de momentos y de instantes. Por eso, siempre estaré agradecido, inmensamente agradecido, por todos los momentos que pude compartir y disfrutar con él.

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