Narra el cuento que de tanto avisar el zagal de la llegada del lobo, nadie en el pueblo le hizo caso hasta que un buen día, la fiera se presentó y se comió las ovejas. Incluso la noticia a base de repetirla, deja de serlo. Y en cuanto a tópicos y reiteraciones, el fútbol es el rey del mambo.
En el Mallorca llevan tantas semanas entregados a una final que el término no sólo aburre, sino que ya no cuela. Es más, nos da igual que lo sea o se limite cada semana a disputar el partido que recoge el calendario. Con que compita con profesionalidad nos damos por satisfechos.
Fernando Vázquez ha vuelto a usar la frase hecha, sin rubor ni imaginación. Llevamos treinta y cinco finales que, la verdad, ya son demasiadas. Primero lo fueron para el Chapi Ferrer, a Pepe Gálvez le dieron tres finales pero le permitieron llegar a seis para después ficharle otro equipo al gallego que, ahora, no satisfecho con tanta cita extrema aventura el ascenso a primera división la próxima temporada sin cortarse un pelo. Aquí cada cual va a su bola y quien más quien menos a asegurarse el puesto y el salario.
Quedan ocho jornadas que, por obligación, deberían encerrar menos dramatismo. Sigo pensando que si este equipo no se salva sin más apuros de los que está pasando, merece lo peor. Y ciertamente no me inquieta el futuro del equipo, sino el del club cuyo destino no se mide solamente por su clasificación definitiva, ni por la inversión de Robert Sarver, sino a través de una gestión más que dudosa y muy alejada del criterio, la transparencia y el ahorro que exigían Utz Claassen y sus acólitos.