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Memoria selectiva

viernes 28 de abril de 2017, 05:00h

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Días atrás, el Consell de Mallorca aprobó por unanimidad la distinción a Aurora Picornell Femenies como hija predilecta de la isla.

Ciertamente, en nuestro país hay todavía un largo camino que recorrer para tratar de reparar, siquiera moralmente, a las familias de los represaliados durante la Guerra Civil y en el transcurso del régimen franquista.

La localización de las fosas, la exhumación de restos y su identificación ha sido una asignatura pendiente durante cuatro décadas que, afortunadamente, la sociedad actual sigue considerando necesaria y que poco a poco va materializándose.

Aurora Picornell fue una joven costurera del Molinar de Llevant, militante del Partido Comunista de España, asesinada por elementos falangistas en el cementerio de Porreres en enero de 1937, tras haber sido encarcelada y torturada junto con sus compañeras.

Como ella, fueron centenares los activistas de izquierda mallorquines que pagaron con su vida su posicionamiento ideológico.

Picornell era, además, una madre de 24 años, lo que añade un plus de abyección al carácter intrínsecamente execrable de su asesinato.

La distinción del Consell es, por tanto, una mínima reparación moral para todas esas víctimas de la represión en el bando nacional, y como tal la considero absolutamente plausible y socialmente terapéutica.

Ahora bien, lo que ya me parece una auténtica perversión y una instrumentalización interesada de estos tristísimos episodios de la guerra civil española es el hecho añadido de intentar aprovechar la circunstancia para glosar las virtudes democráticas de la ideología de las víctimas, arrimando el ascua a la sardina partidista de cada cual.

Resulta especialmente repugnante que aun hoy determinada izquierda pretenda dividir a las víctimas de la represión inherente a nuestra contienda civil –presente en ambos bandos- en función de su ideología, buenos a la izquierda y malos a la derecha.

Aurora Picornell fue, sin duda, una activa, valiente y precoz luchadora por los derechos de la clase trabajadora, pero su filiación ideológica estaba a años luz de los valores democráticos actuales. Es preciso recordar que el Partido Comunista era la correa de transmisión del estalinismo en España, y protagonista, junto con los sanguinarios comandos anarquistas de la FAI, de la salvaje purga que se ejecutó en la retaguardia republicana, entre cuyos crímenes destacan macabramente las matanzas de Paracuellos del Jarama en Madrid, con miles de víctimas civiles, tan inocentes como Aurora Picornell, muchas de las cuales siguen siendo anónimas para desesperación de sus familiares.

Hasta bien entrada la segunda mitad de siglo, los comunistas españoles –de hecho, solo una parte de los mismos- no comenzaron a evolucionar hacia postulados compatibles con una democracia parlamentaria moderna. En 1977 el PCE abandonó, no sin polémica interna, el marxismo-leninismo, de corte marcadamente autoritario y dirigido desde Moscú, y aun posteriormente se siguió definiendo dentro del llamado “marxismo revolucionario”, hasta su total disolución ideológica, primero dentro del conglomerado de Izquierda Unida, y más recientemente en el seno del movimiento antisistema que ha cristalizado en Podemos.

Todas las víctimas de nuestra Guerra, singularmente las civiles, debieron haberse evitado. También entre los militares de reemplazo de ambos bandos hubo miles de mártires inocentes, algunas de ellos en edad juvenil, como nos recuerda, sin ir más lejos, el monolito de Sa Feixina, tan odiado por una parte de la izquierda.

La indiscutible legitimidad republicana no resulta, pues, argumento convincente para establecer divisiones dentro del conjunto de ciudadanos españoles que murieron por su ideología –real o supuesta-, fuera ésta la que fuese, pues éste es precisamente el fundamento esencial de nuestra democracia, nacida del pacto de la Transición: la pluralidad y el respeto mutuo a la diversidad ideológica de todos, sin excepción.

Hasta que toda la izquierda española no asuma este hecho, difícilmente podrán cerrarse las heridas de nuestra última guerra civil.

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