"Medicoflautas"

La modernidad se caracteriza por la aparición de perroflautas en todos los colectivos. La medicina no es una excepción. Los podemos reconocer como “médicoflautas”, pero su identificación podría resultar dispar en la medida en que ni el concepto es uniforme ni el colectivo homogéneo.

Dentro de los médicoflautas e independientemente de las razones o principios personales que pueden llevar a actuar de forma distinta a la general, algunos son creativos, nobles y aportan valor y diversidad. Uno no dudaría en ponerse en sus manos. Pero también se puede reconocer, dentro del grupo, una franquicia con cierto grado de desequilibrio, desconfianza, maldad y con hipertrofia patológica del ego y de la autoreferencia.

Incluso, se puede trazar una analogía con la manifestación de Punset, al afirmar que una parte significativa de la población con rasgos psicóticos se presenta con aparente normalidad y con dotes nada despreciables de comunicación y convicción. Su aseveración está realmente fundada, toda vez que estas personalidades tienen especial avidez para utilizar las organizaciones para su exclusivo interés personal, por sus actitudes indignas y por presentan una serie de hechos diferenciales muy acusados. Preparan sus acciones de cualquier ámbito, importancia o condición para que tengan, en especial, relevancia pública. La prioridad de la repercusión mediática la sitúan, por lo general, por encima de las conveniencias del momento. Se movilizan con mayor comodidad desde el entorno político que el profesional. En este mismo sentido, y por la flexiblidad moral que el ámbito proporciona, como a Groucho Marx, cuando sus principios no les valen, tienen otros… Su manifiesta falta de escrúpulos les permite desarrollar alianzas contra natura. No es extraña la asociación temporal, entre individuos que cortejan el neofascismo y el independentismo radical, para conseguir objetivos comunes manifiestamente secundarios.

El problema puede surgir en profesiones que precisan un alto grado de autorregulación. En estos casos, aspirantes hábiles en la mentira y experimentados en la infracción de las normas deontológicas, pueden tener consecuencias devastadoras y potentes efectos desestabilizadores. Por su toxicidad intrínseca, es necesario protegerse permanentemente de ellos. Con pasmosa facilidad, provocan situaciones esperpénticas, desproporcionadas, sin miramientos, sin sentimiento de culpa, sin capacidad de autocrítica y ajenas al dolor generado.

En realidad, observadas con perspectiva histórica, estas situaciones no son tan modernas ni novedosas. Jonathan Swift, escritor irlandés del siglo XVIII, al analizar las ambiciones patológicas, ya afirmó con contundencia que “para trepar se adopta la misma postura que para arrastrarse”.

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