José Luis Maraver Moreno aparece en la tierra el 27 de octubre de 1957 en Isla Mayor, dentro del perímetro de Doñana y de Puebla del Rio, hijo de Sebastián que falleció con 41 años y al que califica de emprendedor y aventurero, natural de Carmona y de Dolores, trabajadora incansable, natural de Morón de la Frontera que murió con 57 años. Del matrimonio llegaron tres hijos y una hija. Antonio, Emilio, Luis y Ana María.
¡Sr. Maraver! hagamos una revisión de sus primeros recuerdos…
En mi pensamiento contemplo la llanura marismeña del Guadalquivir, quien haya visto la película; La isla mínima, entenderá de lo que hablo. Las tierras llanas me permitían ver esos cielos particulares que reconoces distintos en cada lugar, aunque este sea el mismo. Me quedaba prendado bajo esas nubes grandes de blanco plateado, sus formas, tal vez por eso surgen en parte de mi repertorio.
Allí pasaron mis primeros años en la lejanía de aquel paraíso, largos caminos empolvados y hierbajos.
Cuando Luis tenía siete años la familia se desplaza a Puebla del Rio, donde pasan unos meses y de ahí, a residir durante los siguientes siete años en Morón de la Frontera.
¿Y cómo era el carácter de aquel niño?
Me había criado en la soledad de Isla Mayor y de repente nos vamos a vivir a una población mucho mayor. Además en Morón había una base americana lo que provocaba continuo movimiento. Era tímido, blanco de piel y pecoso, con apariencia de extranjero. De hecho por ese aspecto y siendo nuevo en el barrio me pedían chicles, creyéndome americano.
Lo que sí recuerdo es que desde pequeño me gustaba dibujar. Guardo con cariño, una pintura que hice de una obra de Rembrandt a los doce años.
¿Una pincelada sobre sus estudios?
Pues describiría a un buen estudiante que se esforzó todo cuanto pudo, gracias a que mi madre, había conseguido una beca y yo no podía decepcionarla. Mi madre fue una heroína, que enviudó muy joven y que tiró del carro con cuatro hijos.
Un conocido de la familia aconsejó a su madre viajar a Mallorca porque encontraría trabajo fácilmente. Era el verano de 1972.
A los dos días ya trabajaba en una lavandería de un polígono industrial que estaba abierta las veinticuatro horas y hacía turnos de doce y yo me incorporé también. En los meses que estuvimos en esa empresa, yo me encargaba de doblar toallas.
Después nos ofrecieron ir a un hotel de Magalluf, donde a mi madre la contrataron de camarera y a mí de botones. Cuando venía de visita el señor Escarrer, nos avisaban y parecía que nos colocaban para pasar revista. Él llegaba, saludaba y tan contentos. Estuve hasta los dieciséis años. Ahí perdí la timidez, pasé de ser el patito feo a relacionarme con las chicas suecas e inglesas que se alojaban en el hotel. Guardo muy buenos recuerdos de esa época.
Al cabo de un tiempo me pusieron a ser telefonista y se acabó la diversión.
Cansado de esa labor aceptó una propuesta de un hermano suyo…
Tampoco era la mecánica lo que más me atraía pero acepté trabajar con mi hermano que era oficial en Garaje Vidal. Un día no estuve de acuerdo con la disciplina de mi hermano. Era y es exigente y meticuloso y no congeniábamos en el trabajo. Busqué otro taller y seguí unos años más.
¿Cómo afronta la ebullición de la adolescencia?
En esa etapa experimenté la transformación de ser tímido y retraído a ser una persona extrovertida, yo mismo me extrañaba del cambio de personalidad. La necesidad económica me enseñó a ser pícaro y astuto, era muy hábil para entrar gratis en discotecas y en cines.
Por ejemplo en el cine Avenida de Palma que para ir al bar, había que salir a la calle. Yo esperaba a la mitad o al final de la sesión y con una bolsa de palomitas entraba con todo el descaro. Eran travesuras de adolescente.
¿Cuándo toma contacto con la pintura?
Todavía trabajaba como mecánico y un día vi a un hombre que transportaba cuadros al piso superior del taller. Unos días después estábamos hablando y yo le expliqué que me gustaba pintar y él, me sugirió que recuperase la afición. El pintor era Pascual de Cabo y siempre deberé agradecerle aquel consejo y algunos más. Me convenció y dejé el taller. Me presentó a pintores como Joan Vich o Tomás Horrach, luego me integré con el grupo de La Calatrava y conocí a Xam y el ambiente especial, artístico intelectual que te contagiaba. Estaba fascinado por la forma de ser de Pascual de Cabo y empecé a ir con él, cada día partíamos juntos a pintar al natural.
Un tiempo después, De Cabo monta una academia de arte junto al escultor Simó Radó y le ofrece ocuparse de los alumnos que comienzan y de las tareas administrativas. En aquella época, De Cabo le presenta a una serie de personas que serian primordiales en la vida y en la carrera de Luis Maraver; Joan Mesquida y Miquel Reus.
Tanto a Joan, como a Miguel necesitaría de otra vida para agradecerles, sus consejos y su apoyo desinteresado. Fueron fundamentales para mi continuidad y posiblemente en los momentos de más trascendencia. Gracias a ellos, surgiría un sinfín de contactos. Al igual que me pasa con Toni Ferrer, a quien conocí posteriormente y que se convirtió en gran amigo y mecenas y que ha sido y es, imprescindible para mí.
Su primera exposición la presentó en la Galería Moyá en la calle Concepción.
Con lo que sucedió en los días anteriores a la inauguración, podríamos escribir un relato de ficción…
Fue muy curioso. Mi amigo Tomás se acababa de casar con mi hermana. Le habían ofrecido disponer de un camión de reparto de bebidas. Tomás era un chico con futuro para la práctica del futbol, pero una grave lesión le frustró su progresión y de rebote, aquella circunstancia le haría perder su nuevo trabajo. Recurrió a mí porque sabía que yo tenía el carnet para conducir un camión que me había sacado durante el servicio militar. Así que le sustituí mientras se recuperaba. Yo estaba preparando mi primera exposición. Por las noches pintaba los cuadros y de día repartía cervezas. El día de la inauguración, estaba sirviendo un pedido en esa misma calle dos horas antes, casi sin descanso, para llegar a tiempo. Cuando entré en la galería ya estaba llena de gente. Fue un éxito de público y de ventas y el inicio de mi carrera profesional.
Tras la exitosa primera, vino una segunda exposición en L’Auba en el Círculo de Bellas Artes, y así sin parar durante años.
En la carrera de Luis Maraver los viajes han sido fuente de inspiración para la consecución de sus obras y todo empezaría por una primera visita a Paris en 1981, para pintar al natural con su caballete.
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Le ofrecen la invitación para vivir una gran experiencia. Treinta días entre humedales. Es el lugar donde nació y ahora tiene la oportunidad de reencontrarse con sus raíces. Pintando de día y hasta bien entrada la noche, rodeado de mosquitos, bichos, pinares, pastizales, en una de las mayores diversidades de fauna de España.
Un trabajo apasionante en Doñana que describe en su diario como; verano de 1989…
Joan Mesquida había visitado al alcalde de Puebla del Rio y le convenció de que yo era un artista de nivel y que por tanto merecía que me tratasen como a un hijo pródigo. Allí conocí a otra de las personas relevantes en mi vida, al que todo el mundo conoce por El Grande. Un gran amigo, un tipo especial, mi gurú y guía de viaje a lo largo de mi existencia. Por aquel entonces se ocupaba de las gestiones culturales del ayuntamiento. Se puso en contacto conmigo y me facilitó el reto de pintar en Doñana.
Fuimos de visita hasta donde yo había nacido y me ofrecieron una casa en la Dehesa de Abajo para que durante treinta días trabajase en soledad. Aquella experiencia fue como una sesión de regresión, un reencuentro inolvidable con mi pasado entre lagunas y canales y un encuentro con el presente y las extensiones de arrozales.
1990, fue un año en el que se suceden cosas, una tras otra.
Preparé una colección para Arco con la obra que había pintado en mi tierra. La Galería Bennàssar había apostado por mí, llevándome a la feria en solitario y pude saborear el éxito. Salí en el informativo del telediario de la primera cadena, me entrevistaron como joven artista y destacaron que se habían adquirido todas mis obras. En el plató estaba muy nervioso, me movía sin parar y la directora de Arco que me había acompañado, me cogió del brazo para tranquilizarme. La repercusión de la noticia fue brutal y gracias a eso hice contactos muy interesantes, entre otros conocí a Manolo Escobar que además de su conocida faceta de cantante, era coleccionista de arte. Surgió una afectuosa amistad que duró hasta el día su muerte.
Ese mismo año, pasé tres meses en Nueva York y realicé un trabajó de pintura sobre hormigas al que nombré; “más de 1.000”, que adquirió un coleccionista y que me reportó un buen dinero para cubrir mi estancia en la ciudad. Los contactos en Arco me abrieron puertas en la gran manzana, tuve el placer de conocer a Roy Lichtenstein, uno de los pintores más relevantes del arte pop, Leo Castelli galerista y a la actriz Lauren Bacall. Era un periodo álgido en el que sentía que tocaba el cielo, notaba el interés de la gente pero Nueva York te engulle, es muy intenso, te llevan de un lado a otro. No podía aguantar aquel ritmo y además había conocido a Pilar que tenía a su hija Marina y no podían desplazarse para estar conmigo.
Miro a Luis y después de tantos años de tratarle, me complace percibir su apasionamiento cuando narra sus viajes, sus anécdotas. La influencia de sus aventuras en la consecución de las obras. Paramos y recorremos otras partes del estudio y nos invita a fijar la atención en una pieza de gran formato, una de sus pirámides, en las que se imbuye en continua búsqueda de respuestas a múltiples misterios y de los que la ciencia desvela fascinantes teorías. Sobre el material que se expande por la tela, unas figuras que ascienden o están apostadas. Spiderman, Wally, Bart Simpson y otros personajes que proliferan por esa inmensidad.
Francisca siente curiosidad y toma “fotos detalle” de los elementos.
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Él estaba sentado en su estudio frente a una tela gigante clavada en la pared. Le daba vueltas a cómo empezar. Siete días después se decidió a mancharla de azul, metió la mano en un bote de pintura y salpicó la blancura de aquel lienzo. Hizo lo mismo con el color gris y repitió una y otra vez con otros tonos. Aquel universo de figuras abstractas y surrealistas le sugirió el uso de un pincel de enormes dimensiones, ante aquella apasionante escena semblante a un arco iris caído a plomo sobre la tierra, decidió dibujar a carbón la silueta de una mujer desnuda colocada de espaldas al espectador, entonces se dirigió a la cocina y regresó en unos segundos con una manzana roja en la mano, contempló a la fémina y colocó sigilosamente la fruta en su mano.
Firmó y la tituló: Eva, la primera obra inteligente.
Le sugiero a ese hombre que siempre ha sido su propio manager que cierre los ojos y medite una reflexión, a modo de telegrama;
Cuarenta años después pinto lo que siento y quiero, con la misma ilusión en que me puse ante un lienzo por primera vez.
Recupere para los lectores, alguna de sus anécdotas.
En unos de esos viajes que realicé a París con Pascual, estábamos sobre un puente pintando un rio y cuando habíamos terminado, Pascual metió su cuadro en mi maletín en un apartado inapropiado, y yo le decía; - ¡no lo pongas ahí que mancharás el mío! y así fue, mi cuadro quedó cubierto con todos los colores de las paleta, en ese momento me sentí ofendido y reaccioné arrojando su cuadro al río que fue arrastrado por la corriente.
Nos enfadamos el uno con el otro. Al día siguiente desayunando, nos reíamos a carcajadas.
En los cuadernos de apuntes que siempre le acompañan queda constancia de sus viajes, delicadas joyas en dibujo y acuarela. 1990 Kenia y Tanzania, 1994 Ucrania, 1995 Brasil, 1997/2000 Amazonas, 2000 Perú, 2001/2010 Roma, 2004 India, 2005 China, 2006 Marruecos, 2006/2007 Egipto, 1986/2014 Berlín, 2008 Moscú, 2009 Jordania.
Posteriormente se ha recreado plasmando esas experiencias sobre lienzos y soportes de tamaños de todo tipo, usando pigmentos, látex, lápices, barnices, polvo de mármol, arenas, paja, aceleradores y otros materiales.
Recomiendo el libro escrito con maestría por mi admirado Pere Joan Martorell, titulado; el viatge infinit, acompañado de fotografías, anotaciones y comentarios en el que a modo de extraordinario documento recoge partes esenciales de esas andanzas.
Compruebe su lista de artistas favoritos y dígame algunos de ellos…
Cuando comencé me interesaba por Joaquín Mir por su fidelidad a la pintura impresionista, sin dejarse influenciar por otras teorías, también otro impresionista, el francés Claude Monet, el alemán Anselm Kiefer, de quien soy fiel seguidor de su movimiento Neo expresionista, una de las corrientes de arte más impactantes de las últimas décadas y recuerdo que desde la primera vez que visité una exposición de Tapies quedé cautivado por sus texturas y desde entonces le admiré, como lo hice con el escultor Jaume Mir con quien mantuve infinitas charlas sobre arte.
Y hablando de escultura, un día surge la primera…
La escultura llegó como un juego. Al practicar con la pintura vas usando más materia de forma natural y como divertimento. En esta disciplina pretendo ser más sarcástico, dejo que fluya la ironía.
Le veo en buena forma. Vacile un poco, porque no todo el mundo a su edad, puede presumir de practicar ciertas aficiones… - me mira dudando y entorna la boca, sonriendo.
Desde hace muchos años juego al fútbol dos veces por semana, además me gusta el deporte en general, me apasiona el cine y la lectura.
Su obra se ha expuesto en incontables espacios, en pequeños y en grandes formatos, individual y colectivamente. Nueva York, Franckfurt, Madrid, París, Colonia, Sevilla, Londres, Berlín, Valencia, Bolonia, Florencia, Barcelona, Düren, Ginebra, Santander, Ucrania, Valladolid, Cádiz, Murcia, Pamplona, Menorca, Eivissa y Mallorca en su totalidad, son solo algunos de esos lugares. La lista es interminable.
Salimos del estudio, cruzamos la calle y entramos en la casa donde vive con su mujer Pilar y sus hijos, Luis y Alejandro.
Nos ofrecen unas cervecitas frescas que aceptamos de buen grado…
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Empuñar un lápiz o teclear en el ordenador para recitar sobre los rasgos desplegados en las recreaciones de Maraver, te conduce a describir siluetas etéreas que están en constante movimiento alrededor suyo y en el interior de sus metáforas pictóricas. Quizá habría que recurrir a la sigilografía para definir su impronta, volar por sus cielos cenicientos, navegar con una balsa de madera por esa visión fragmentada de un Amazonas que aún reproduce sonidos ancestrales, dejarte disuadir por la transparencia de sus dotes disciplinadas, leer de un lado a otro y entender que en sus intervenciones no hay prototipos artificiales, existe la utilización de condimentos ingeniosos que surgen de la química espiritual y ese tipismo es personal e intransferible.
A punto de acabar esta entrevista, recibe la noticia de que el Ayuntamiento de Binissalem ha aprobado en pleno que el artista y vecino, José Luis Maraver Moreno sea reconocido como hijo adoptivo de esta localidad.
Sus ojos se tornan brillantes, se vislumbra la emoción…
Me siento muy honrado de que el pueblo de Binissalem tenga este reconocimiento conmigo. Siempre he percibido el aprecio de sus gentes y estoy orgulloso de decir que soy “binissalamer”. ¡Qué gran satisfacción!
Un sol ardiente invade la atmósfera exterior, él, sonriente sale a despedirnos a la puerta y nos agradece la visita. Francisca y yo partimos rumbo a Palma cargados de material, preguntas, respuestas y fotografías que iban a servir para publicar este testimonio.
Textos: Xisco Barceló
Fotografías: Francisca Sampol
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