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Juan Estrada o el hombre que nunca se permitió cruzar el límite

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Nos situamos a principios de los años 50, el matrimonio formado por Francisco Espinosa Mesa nacido en Baena y Carmen Estrada Ruíz de Puente Genil, abandonan su Córdoba natal e inmigran como tantas familias del sur de España a la ciudad de Barcelona que en aquel tiempo vivía la instalación de la empresa SEAT como la primera gran fábrica de automóviles en España y asistía a una construcción desenfrenada de viviendas, una gran parte de protección oficial abría las puertas a tanta gente que cada día aumentaba el censo de población. Barcelona crecía con nuevos barrios y principalmente en la periferia de la capital, Esplugas de Llobregat, Badalona, Hospitalet, San Adrián del Besós y Santa Coloma de Gramenet. Y fue precisamente en Santa Coloma donde Francisco y Carmen encontraron vivienda, trabajo y tuvieron a sus tres hijos; Rosario, Juan y Carmen. Juan Estrada, concertista de guitarra, nuestro protagonista de hoy nació el 15 de enero de 1959 el mismo año en el que se aprobó el Plan de Estabilización que había sugerido la Organización Europea para la Cooperación Económica y España entraba como miembro de pleno derecho en este organismo. Era el año en el que comenzaron a llegar turistas a centenares. El desarrollismo se había puesto en marcha.
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Se estrenaba la película 'La vida alrededor', interpretada por Fernando Fernán Gómez y Analía Gadé, mientras en Santa Coloma, Juan y su sombra, recorrían las calles de una dulce infancia.

Yo era el niño más feliz de la tierra. Cada tarde sobre las cinco al salir del colegio iba a casa a dejar la maleta y a recoger la merienda. Mis amigos y yo alguna vez jugábamos al balón con una pelota que nos fabricábamos a base de papeles, cartón y plástico, todo envuelto con precinto, pero la mayoría de días nos íbamos al rio Besós, allí pasábamos horas y horas hasta que alguien se daba cuenta de que en casa nos esperaban para la cena.

Por aquel entonces sonaban las voces de Gloria Lasso con Luna de miel y Lucho Gatica con Solamente una vez, ¿en su casa también?

¡No! mis padres eran aficionados al flamenco. De hecho mi padre cantaba muy bien e imitaba a Pepe Marchena y en casa escuchábamos a Juanito Valderrama, a Antonio Molina, a Rafael Farina.

¿Cómo se aficionó a la guitarra?

Cuando tenía once años, mi padre me puso la primera guitarra española en las manos y con un primo mío (Jimenez Rejano) influyeron los dos para que yo me interesase, al igual que otro primo de solo catorce años, Paco Arroyo que me aconsejó ir a clases de guitarra con el profesor Francisco Villar, un hombre que murió de manera trágica y con el que estuve algo más de doce meses. Tras esa experiencia y por espacio de tres años, acudí a clases con Francisco Santaella apodado “Paco de Andujar” y él se convirtió en mi hermano mayor, por su trato, su técnica y sus métodos de enseñanza, fue donde aprendí a hacer sonar aquel instrumento, practicando también con piezas clásicas que el profesor me aconsejaba. Guardo buenos recuerdos de esos momentos y tengo en gran aprecio a ese maestro que ha traspasado sus conocimientos a tantos artistas y que aún sigue en la brecha. Él me animó a subirme a un escenario y pude sentirme levitar por primera vez.

Durante esos años, tres veces por semana, se recorría 40 km en autobús hasta que aprendió a navegar con sus dedos por entre aquellas cuerdas de esa primera guitarra de marca Casa Gol que su padre le regaló. Pasó un breve espacio de tiempo en el estudio de baile de Flora Albacicin, debutando como guitarrista en el Tablao flamenco que ella dirigía en Playa de Aro, así que con aquellas prebendas y a la edad de 17 años por medio de Paco Arroyo, entraría a formar parte del Tablao de Flamenco Cordobés Barcelona.

Fue la mejor etapa de mi vida. No existe otro tablao que convoque tal número de artistas consagrados. Aquello es la universidad del flamenco. Es indispensable pasar por un tablao si uno quiere saber lo que se siente. La experiencia de acompañar al cantaor, a las bailaoras y bailaores, a otros músicos, el cante y sus palos, los compases, los sonidos, los quejios, fandangos, soleares, seguidillas y muchas horas de tocar y tocar. Yo tenía mi nueva guitarra fabricada por Eladio Fernández. En esa época del tablao convivías con los mejores, Los Farrucos, el abuelo del Farruquito, Guito, Chocolate, Pansequito, Bambino, Fernanda y Bernarda de Utrera, Lole y Manuel, El Lebrijano, Turronero, Juanito Villar, Manzanita, Camarón y un sinfín de bailaores de estirpe, entre las que destacó Manuela Carrasco que con 18 años y sin formación académica demostró que todavía quedaba mucho por explorar en nuestro oficio, de ahí que le hayan otorgado prestigiosas distinciones; Premio Nacional Pastora Imperio, Premio Nacional de Danza y la Medalla de Andalucía y la Medalla de Oro al Mérito en la Bellas Artes.

Y la historia se repite, como a tantos en uno los momentos más trascendentales de su existencia, le llegó la hora de incorporarse a filas. Le tocó hacer la “mili” en el antiguo Cuartel de Lepanto en Barcelona, un edificio que ya no existe y en su lugar está ubicada la Ciudad de la Justicia. Allí entre otras cosas realizó la labor de repartidor de periódicos y dio clases de guitarra al Brigada Castellano. De alguna forma se había truncado la carrera que Juan había emprendido y tomó una decisión de la que en más de una ocasión ha dudado si fue la más correcta.

¡Pues sí! Cuando acabé el servicio militar, entre 1979 y 1980 viaje a Mallorca aceptando una propuesta de mi hermana Carmen Reyes, para acompañarla como guitarrista en sus actuaciones por distintos hoteles. Fue un tiempo de ganar dinero fácil y sacrifiqué mi verdadera vocación por la calidad de vida. Durante aquellos doce años, añoré las vivencias en los tablaos, pero no puedo quejarme, ni me arrepiento. En 1991 tomé la determinación de actuar en solitario y fue una experiencia genial al recibir la respuesta favorable del público.

En el año 1993 un empresario mejicano le hizo llegar una oferta de trabajo a la que Juan mostró rechazo e incluso puso unas condiciones excepcionales, convencido de que no serían aceptadas. Aquel hombre le mandó un contrato en el que figuraban las clausulas que Juan creía que nunca vería redactadas sobre un documento: vivir en una maravillosa casa de una zona exclusiva de Cancún, cubrir los costes del desplazamiento de la familia, coche y 5 años de sueldo y contrato fijo.

Ante aquella proposición casi indecente, Juan aceptó y en esa época conoció a Paco de Lucía.

Estaba instalado en Cancún y había acudido a una corrida de toros con un amigo y torero mejicano Chucho Solórzano y al acabar, este me comentó que le prestase una de mis guitarras, yo le hice la apreciación de que no sabía que además de torear tocase la guitarra, y él me contestó que era para Paco de Lucía que acababa de llegar y necesitaba una guitarra para ensayar.

Voy contigo amigo mío, fue mi respuesta. Cargué mi mejor instrumento, una “Miguel Rodríguez” y para casa del maestro que nos fuimos. Al llegar nos dijeron que estaba en el embarcadero preparándose para ir a pescar y en la bajada, una fuerte explosión y de golpe una llamarada espectacular. Confieso que en esos momentos pensé que era mi último día de vida. Un tanque de gasolina había prendido y volado por los aires. Pero fue menos de lo que pudo haber sido. Aquel contratiempo no impidió la visita. Sofocado el incendio, Chucho nos presentó. Recuerdo que Paco me miró y me preguntó; ¿Tú eres el guitarrista de Gipsys de Cancún? , si maestro - le contesté.

Durante los próximos cuatro veranos, todos los meses de julio y agosto los pasábamos juntos con su hermano Antonio y la banda del Tio Pringue, éramos inseparables. Casi siempre en Playa del Carmen y alguna vez en Cancún.

Aunque Juan ya había coincidido años atrás en Mallorca con Paco de Lucía en un festival de flamenco, al que este había acudido como invitado de Camarón de la Isla. En el mismo actuaron Las Grecas, era la época en la que triunfaban con su éxito; Te estoy amando locamente. Juan entró en el camerino y saludó al ídolo con el que años más tarde entablaría una amistad que duraría más de 20 años.

¿Cómo era Paco de Lucia en la cercanía?

A Paco le gustaba chinchar a la gente con esa irónica gracia gaditana, ponía motes a todo el mundo. Eso le divertía. A mí que siempre me ha gustado la gastronomía y me colocaba mi delantal para cocinar, me llamaba “Nemesia”, porque de niño en Algeciras tenía a una vecina que habitualmente llevaba delantal puesto y la llamaban Nemesia “La costurera”.

Yo tuve la suerte de conocerle en su hábitat relajado de Playa del Carmen, donde él pasaba horas en el mar pescando con su barquita. En ese ambiente era un ser tranquilo, desde su desayuno de siempre, tostaditas con aceite de oliva virgen, queso y café y luego bromas, chistes y así hasta mediodía, hora de ir a pescar.

El fútbol fue otra de las devociones que le acompañaron. Practicó fútbol jugando como delantero y como espectador lo vivía intensamente. Y precisamente esa pasión por el mar y por el fútbol serían testigos de su muerte aquel fatídico 25 de febrero de 2014, cuando peloteaba con uno de sus hijos a orillas de Playa del Carmen.

Pero había otra personalidad en el interior de Paco de Lucía y era el hombre autoexigente con su trabajo. Cuando tenía que prepararse para una gira, su carácter adoptaba un semblante tenso. A veces había estado demasiado tiempo sin coger la guitarra y al volver a practicar, los huesos de sus dedos se quejaban de aquellos ensayos de infinitas horas sin descanso. Un traumatólogo de Barcelona le aconsejó no estar tanto tiempo sin ensayar.

Su genio salía a relucir en esos instantes.

A Paco de Lucía le gustaba escuchar a Chick Corea, al trompetista Wynton Marsalis, al guitarrista flamenco, El Moraito y a su hijo Diego del Morao.

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Con su guitarra, su fútbol, su afición a la pesca submarina, a usted se le ocurre proponer la creación de una sociedad.

Corría el año 2001, ahí conocí otro aspecto de Paco. Quizá lo que menos le gustaba a él.

Que se cruzase en mi camino fue una suerte de esas que la vida te regala, tener el privilegio de convivir con ese genio al que todo el planeta admiraba. Pero él no tenía fondo de armario para vestirse de empresario y eso que al principio vio con buenos ojos el montaje de la sociedad que titularíamos; De Lucía Gestión.

La idea fue sugerida por Miguel Ángel Senovilla propietario de una de las industrias de calzado flamenco más importante de España y el objetivo era la fabricación y venta de guitarras firmadas por Paco de Lucía. Nos reunimos en una cena y casi sin profundizar en el tema, Paco dio su visto bueno.

Para redondear la faena le expuse la conveniencia de abrir una página web y eso si que me costó hacérselo entender. El no quería estar controlado y yo opinaba que debíamos buscar una fórmula para contestar a todo aquel regimiento de personas que cada día querían tener noticias de su ídolo. Sus admiradores, músicos, que querían saber de sus proyectos, conciertos, giras. Después de convencerle me pase un tiempo sin hacer otra cosa más que responder mensajes y debo decir que yo me sentía feliz de aquella labor. Aunque también en ese paquete de ideas empresariales iba la creación de libros de partituras y de no ser por la influencia del compositor, productor, músico y amigo Javier Limón creo que esto no hubiese arrancado.

Fue un arduo trabajo que Juan emprendió con la mayor de las ilusiones, ocupando el cargo de gerente, encargándose de buscar los modelos de guitarra adecuados, gestionando la web y otras tantos asuntos que surgían. Para ello decidió vender su casa de Mallorca e instalarse con la familia en Colmenar Viejo (Madrid) y así poder controlar la empresa desde la cercanía. Aquella delirante aventura acabó en el año 2012.

Dejé la compañía y posteriormente me dediqué a llevar a cabo una serie de producciones artísticas: el primer concierto de Pau Donés en Marruecos, Andy y Lucas, Manu Tenorio, Diego El Cigala, Diego Amador, entre otros.

Me afinqué en Montgat, Barcelona hasta que a finales de 2013 regresé a mi Mallorca, para volver a dar conciertos de guitarra, particulares, en auditorios o en hoteles.

Juan Manuel Espinosa Estrada, ha sido artísticamente Juan Reyes, cuando actuaba en Barcelona junto a Rafael Cañizares y junto a Remolino que se hizo famoso en programas de televisión, también cuando actuaba con su hermana Carmen y posteriormente fue Juan Estrada cuando se ha dedicado a mostrar su carácter concertista y en su discografía. Formó su propia familia mientras transcurría su vía profesional, casándose con Maite y por este orden vieron nacer a sus tres hijos; Melanie, Claudia y Christian.

Ellos han sido y son mi devoción. A mí que siempre me han gustado los niños, he disfrutado plenamente de jugar con mis hijos y de verles crecer, junto a mi mujer, el amor de mi vida, con quien he compartido mis andanzas.

Para confeccionar la lista de sus artistas preferidos necesitaríamos varias páginas, así que me nombra con el alma a los más grandes, Camarón de la Isla y Paco de Lucía y la admiración por la personalidad de Tomatito y Vicente Amigó. Entre sus aficiones además de la música flamenca que la considera la más completa de cuantas existen, está también el jazz y el blues. Entre sus consejos a los jóvenes músicos; “por mucho que subáis, nunca perdáis la humildad”. Entre sus recuerdos; el dolor que sintió cuando aquel terrible día a las cuatro de la madrugada recibió una llamada dándole la noticia de la muerte de su estimado amigo, Paco de Lucía. De sus conocidos, allegados y amigos no quiere presumir y se oculta en la modestia, pero además de Paco de Lucía, Juan fue una persona de total confianza del artista alicantino Camilo Sesto y en la actualidad lo es de Alejandro Sanz con quien mantiene una estrecha relación. Entre su testamento encontraremos; sus composiciones. Hace poco salió al mercado su CD, Aires de Llevant como agradecimiento al cariño que ha recibido en Mallorca y ahora prepara una serie de nuevas canciones que verán pronto la luz y las dedicará a seres queridos que ya no están entre nosotros, algunos nos dejado por culpa de la pandemia.

Así finalizamos esta entrevista, con una comida en el restaurante El Bula de Ángel Cortés homenajeando este hermoso instrumento musical de cuerda (posiblemente el que más ha evolucionado) ese mástil dividido en trastes, y ese clavijero donde Juan afina las seis cuerdas, ese puente para fijarlas y esa caja de resonancia en la que dejará volar sus armonías.

…por la alegría, por la fiesta; por bulerías… suena una guitarra.

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