Más que por decisión del nuevo presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, el hasta hace poco gran jefe del colectivo arbitral, Victoriano Sánchez Arminio, se fue cinco minutos antes de que le echaran. Vamos, que su despido estaba cantado y anunciado. Tampoco ha sorprendido a nadie le identidad de su sustituto, Carlos Velasco Carballo, un árbitro madrileño mucho más joven que su predecesor y bien relacionado con los medios de comunicación capitalinos.
Como es preceptivo ha sido prudente en sus primeras palabras de cara al público. Algunos tópicos políticamente correctos que incluyen promesas de avances en la promoción de la mujer dentro del Comité y la aplicación de la tecnología. Nadie va a decir que no a eso, ¿verdad?. Pero no se ha mostrado tan predispuesto, al menos recién llegado, en el imprescindible cambio del sistema de designación en el fútbol profesional, ni en la necesidad de independizar al Comité tanto de la Federación como de la LFP en aras de la transparencia que se debería exigir. Y tampoco se moja nada, aun, en la dinámica de ascensos y descensos de los colegiados y los criterios que se aplican.
Más allá de todo esto, he leído algo en boca del nuevo presidente arbitral que me preocupa por el concepto y la filosofía que oculta, algo así como que “los árbitros solo estamos cada jornada entre dos equipos para impartir justicia”. ¡Ufffff, qué miedo me dan los justicieros!. Y los hay. Están, o deberían, para aplicar el reglamento, vienen a ser los guardianes de la ley que regula el comportamiento de los jugadores en el terreno de juego y levantan acta de sus transgresiones. Los jueces, si acaso, están al frente de los comités disciplinarios, ya sean de competición o de apelación. Si el capitán que los va a mandar no tiene eso perfectamente claro, mal empieza la aventura. Y esto es más que una corrección semántica.