El 31, a mediodía, me caí de la moto, con tan mala fortuna que se rompieron la tibia y el peroné. Al tener pie diabético, los médicos están intentando frenar la infección. Mi pierna está sujeta con un armazón de clavos y puede que la semana que viene empiecen las operaciones: primero cerrar heridas, segundo, implantes de piel y tejidos. 15 días después, placas y tornillos. Para el verano, ya sabré en qué condiciones podré caminar. Es lo que le pasa a cualquier persona que sufre un accidente traumático con rotura de huesos. Qué putada, piensas. Podría haber sido peor, te dicen. Lo cierto es que solo valoramos lo que perdemos. Desde Nochevieja he podido apreciar el trabajo de los profesionales de la pública. En la privada no tenían el material para intervenir. He hablado con cada turno, para constatar que la Sanidad funciona. He encontrado personas muy implicadas en lo que debe ser el servicio público. Entregarse en cuerpo y alma al servicio de la sociedad a la cual perteneces. He visto cómo sonríen para no criticar la falta de medios, de personal cualificado, de salarios adecuados. Sonríen, cuando les digo que un pajarito me ha contado lo de los nombramientos a dedo del amigo, familiar o compañero de partido. Miran al suelo y justifican la incapacidad de algunos trabajadores y su actitud negativa que sigue manchando el buen nombre de la profesión. Dos de enero. Urgencias colapsadas. Las camas no pasan por muchas de las puertas. En un pasillo de tres calles, se necesita un policía local para ordenar el tránsito. Me indigno, cuando una celadora más inteligente que las enfermeras de la planta decide parar para que las otras conductoras salgan del atasco. Y en vez de ayudar y poner orden, la "jefa" se llena la boca de improperios, culpando a la chica, al mundo, al demonio y al PP de todos los problemas de ese día. Sí, hay muchos problemas en la administración pública. Pero el peor de todos es la mala educación de unos poquísimos. La pandemia les enseñó lo peor del funcionariado: vuelva usted mañana. Pida hora. No me estreses. Y deberá pasar una generación para que se vayan jubilando estos parásitos. Día 5. Hoy llegan los reyes. Son las 6 de la mañana y me despiertan dos auxiliares. Hoy toca TAC, y hay que ir limpito. Se quejan del colapso, del mucho trabajo, del poco sueldo, de la falta de compañerismo y yo me preguntaba qué podría hacer para ser tratado con un poco de dignidad. Reconozco la gran labor que hacen estos trabajadores, pero hay modelos y modales. Mientras una de esas señoras regaña a mi esposa por haber utilizado el baño de esta habitación, que eso es trabajo para ellas; al día siguiente dos hombres auxiliares me devuelven el honor y la dignidad perdida al lavarme el culo después de defecar sobre una cuña, con una pierna inmovilizada y mis 105 kilos de peso. Gracias a Dios, aún queda gente profesional. No hablaré de los especialistas que consiguen cada día que los beneficiarios de la Sanidad pública sean los mejores atendidos y cuidados. Muchas gracias.