George Marshall, secretario de Estado norteamericano del gobierno de Harry Truman fue un tipo brillante, responsable militar del aparato logístico de los aliados en la II Guerra Mundial. Tras el conflicto, que dejó devastada Europa, Marsall diseñó su famoso plan, que el Congreso aprobó y se puso en marcha a partir de 1948.
España quedó fuera de aquella importantísima ayuda económica, que permitió la reparación del occidente europeo, por diversos motivos. El primero, que no había sido contendiente, aunque nuestra Guerra Civil no fuera en realidad sino la primera batalla de aquella hecatombe. Ocurrió, sin embargo, que aquí los vencedores fueron otros y que Franco se alineó inicialmente con el Eje. En cambio, otro país no beligerante, Portugal, sí recibió fondos del Plan, merced a sus excelentes relaciones con el Reino Unido y porque, en 1944, ya permitió a EEUU establecer bases en la Azores.
Además, Truman detestaba a Franco, por lo que de poco sirvió entonces que éste acabase convertido en uno de los más firmes aliados de los Estados Unidos frente al bloque comunista. Hasta 1953, España no comenzó a recibir una versión raquítica de la ayuda norteamericana, a cambio de que aquel régimen nacionalista tolerara el establecimiento de bases militares de una potencia extranjera, algo insólito en nuestra historia, convirtiendo nuestro país en un gigantesco cuartel de retaguardia durante la Guerra Fría. Pero la reindustrialización hubo de esperar a finales de aquella década y la definitiva recuperación vino con el boom turístico, cuando Alemania, Francia, Italia y el resto de grandes naciones europeas ya había despegado económicamente. Llegamos tarde y eso nos costó jugar permanentemente en otra liga, aún hoy.
Posteriormente, ya en la etapa democrática, nuestra incorporación a la Comunidad en 1986 propició la llegada de fondos europeos destinados a la formación e infraestructuras. Fuimos el principal receptor de esos fondos, que acabaron vinculados a los primeros grandes casos de corrupción del Gobierno socialista y los sindicatos. La fiesta duró años, pero hoy seguimos a la cola en materia de formación de nuestros trabajadores, porque el dinero de los cursos fue aprovechado, sobre todo, para financiar irregularmente a UGT y CCOO. Los recientes escándalos en Andalucía son solo una derivada de aquella gigantesca máquina de triturar dinero europeo.
Ayer, Hungría y Polonia eliminaron los últimos obstáculos para que vaya adelante el fondo de recuperación de la Unión para paliar las terribles secuelas económicas de la crisis provocada por el COVID. Por desgracia para los españoles, vuelven a gobernar nuestro país quienes no se distinguen precisamente por la racionalidad económica. Si Iglesias es el timonel de este galeón cargado de oro, el naufragio está asegurado. Resulta, pues, imprescindible que, dados nuestros antecedentes, Europa ponga el foco sobre el destino de esos fondos y evite dar carta blanca al populismo, no sea cosa que, en lugar de ayudar a recuperar nuestra economía, volvamos a financiar las mariscadas de los sindicatos y la fiesta en el abanico multicolor de entidades improductivas de las que tanto gusta rodearse esta izquierda española.