Marga Bermejo Ventura nace en Madrid el 8 de septiembre de 1962, el mismo año en que se levanta el estado de sitio declarado en Colombia en 1949, en Perú una avalancha de nieve causa 4.000 muertos, John F. Kennedy ordena un bloqueo económico contra los dirigentes de Cuba, en una explosión de grisú fallecen 600 mineros en Volklingen – Alemania, en el BOE se publicaba un decreto del Ministerio de Trabajo que equiparaba los derechos laborales de la mujer con los del hombre, era encontrada muerta Marilyn Monroe en su casa de Los Ángeles, se realiza por primera vez en TVE el ritual de las uvas de las doce campanadas, Miguel Delibes publica Las ratas, García Márquez La mala hora, Vargas Llosa La ciudad y los perros, Anthony Burgess La naranja mecánica, en el cine triunfaron; El cabo del terror, ¿Qué fue de Baby Jane?, Matar a un ruiseñor, Lawrence de Arabia, Tómbola con Marisol, Canción de juventud con Rocío Dúrcal y Plácido de Berlanga con Cassen, el grupo británico The Beatles lanzaba “Love me do” su primer single que rápidamente ocuparía las listas de éxitos…
Antes de pintar, dedicó bastante tiempo al diseño y decoración de interiores. ¿Hubo algún precedente familiar?
Mi padre era aparejador y tal vez influyó en mí, ya que desde niña me fijaba en las distribuciones de las casas, en detalles. Recuerdo con ternura como era cada rincón de la casa de mis abuelos, donde me gustaba pasar mucho tiempo. Aquellos tejidos de terciopelo verde, los muebles.
Sus padres: Ángel, aparejador que durante una época trabajo para otros y en otra fue empresario y Ana dedicada a las labores de casa, nacidos en Madrid. Tuvieron dos hijas: Marga y Ana.
¿Cómo era su infancia?
Me gustaba estar en casa de mis abuelos maternos, Arturo y Concepción (Lela), los dos eran aficionados a la música. El abuelo tocaba la guitarra y yo bailaba y tocaba las castañuelas, ellos me enseñaron a hacerlo. La abuela Lela era modista de alta costura y a me fascinaba contemplar las pruebas a la gente que le hacían encargos. Disfrutaba de ir con mi tío al Zoo. Con mis padres veraneábamos en el Escorial y viajábamos hasta Alicante para ir a la playa.
Desde los seis a los ocho años fue a un colegio privado de Madrid y a los nueve marchan a Pamplona.
Por motivos de trabajo de mi padre. Allí estudié en el Colegio Santa Teresa de Jesús hasta que acabé COU. A pesar de ser un centro de educación cristiana sufrí por el trato, ahora lo llamarían “bulliyng escolar”. Sentí el rechazo de las alumnas como si fuera una intrusa y hasta los catorce años no tuve una amiga, me volví distante e introvertida. Mi madre era muy estricta con mi hermana y conmigo, nos controlaba y apenas nos dejaba salir. Empecé a notar algo de libertad cuando me inscribieron en la Universidad de Navarra, me sorprendía a mi misma al tomar decisiones sobre cosas que mi madre no aprobaría. Cierto día, salí de casa con cinco mil pesetas en la cartera con la intención de comprar un libro y al llegar al sitio, estuvo cerrado. Unos minutos después, pasé por delante de un escaparte de Benetton y vi unos pantalones color rosa, entré y los compré. Cuando llegué a casa, mi madre me soltó una reprimenda monumental.
¿Qué se le dio bien en los estudios?
Dibujar y en ciencias las asignaturas de biología.
¿Cómo se percibía el fenómeno ETA desde el punto de vista de una ciudadana en edad adolescente?
Era una sociedad complicada: Nos repetían continuamente; nunca hagáis comentarios fuera de casa. Viví el secuestro del padre de una amiga. En la salida de la iglesia a la que íbamos los domingos, dispararon a un vecino que era camarero. Durante años mirábamos debajo de los coches por si habían colocado una bomba. La universidad era elitista y venían hijos de empresarios, eso era un riesgo continuo que generaba desconfianza y muchos optaron por marchar, entre otros, mis padres cansados de la presión y de las amenazas por ser empresarios. Marcharon a Valencia y el trauma era de tal magnitud, que a mi madre le costó acostumbrarse al sonido de los cohetes. Yo veraneaba en San Sebastián en casa de mis tíos Arturo y Juana y los controles de la Guardia Civil eran rigurosos.
En 1986, a la edad de 23 años se casa con Francisco Javier natural de Valencia que había conocido por unos amigos en una fiesta de Nochevieja y marchan a vivir a Madrid.
En aquel entonces la familia en Pamplona y nosotros vivíamos en Chamberí. Yo seguí estudiando en la Autónoma Madrid y trabajaba al mismo tiempo como dependienta. En 1988 nace mi hija Yasmina y en 1990 nació Álvaro, quince días atrás había fallecido la abuela, sentí la sensación de que la muerte se llevaba a una persona cercana y me traía una nueva. En 1991 cambiamos Madrid por Valencia y allí comencé a decorar casas. Trabajé en la alta cosmética, en la banca, en marketing, organicé una regata para una empresa financiera. En 1992 nació Adri.
Su marido trabajaba para una empresa japonesa y ganaba un sueldo que permitía tener casa en la ciudad y casa en la playa, de repente se vio en la calle por el cierre de la compañía y en 1996 regresan a Madrid.
A principios de 1997, asistí a una entrevista en Maison Decor, me hacía mucha ilusión que me contratasen y coincidieron los astros para que sucediera. Un cliente quería montar una franquicia en el barrio de Mirasierra y necesitaba a alguien de confianza. La empresa me formó y al poco tiempo, me ocupaba de la tienda encargándome de las compras, de mobiliario, telas, de la decoración de las casas de los clientes. Aprendí sobre tejidos, alfombras, cojines, cortinas, moquetas, telas de sofás, etc. Duró hasta 2003 y me establecí por mi cuenta hasta 2006. En 2007 firmé una franquicia con Maison Decor en Boadilla del Monte y allí me encargaba de todo.
En 2008 queda viuda y con un negocio que empieza a padecer por la fuerte crisis financiera que azotó el país en aquellos años.
Debido a la crisis cambié de mentalidad y me especialicé en clientes de “alto standing”, procurando ser muy innovadora. Maison Decor bajó la persiana y varios franquiciados fundamos una empresa similar, creando un grupo de compras que se ocuparía de visitar las fábricas y negociar con los proveedores. Dediqué parte de mi tiempo a diseños exclusivos de sofás, dibujos de telas y a visitar las ferias más importantes de decoración.
Con la experiencia acumulada en esos años, en 2012 vuelve a establecerse por su cuenta montando un estudio de interiorismo que lleva su nombre. ¿Qué esperaba ofrecer a sus clientes?
Experiencia. Me había hecho conocedora de la importancia de la luz, de la energía en torno a un espacio, en sacar el máximo potencial a una distribución. Convertir cada zona de una casa en comodidad plena, conociendo a las personas que iban a vivir allí. Es importante saber quién ocupará un espacio en una casa, para adaptarla a los diferentes gustos. La figura del sofá es de las más determinantes. Conviene colocarlo sabiendo, estaturas, peso, carácter y manera de sentarse. Hay un ejercicio de escucha por parte de los diseñadores, y algo de sicología en la decisión final. Además de particulares, asesoraba a empresas públicas y privadas.
En 2017 comienza a confeccionar colores en sus sueños…
Sí, se repetían una y otra vez. Yo no había pintado nunca, pero no me daba miedo, tal vez porque en mi trabajo priorizaba la armonía, influyente en mi carácter. En mis acabados, predominan los tonos neutros y limpios.
¿Y qué hizo para aprender a pintar?
Seguía soñando en grandes cuadros en los que intervenía, en texturas, en color. Busqué a una pintora residente en Pozuelo y fui descubriendo las distiancias existentes entre la decoración y la pintura.
La práctica de la pintura es un ejercicio de mayor creatividad, de una sensibilidad más profunda.
Entre 2017 y 2019 su vida se ve alterada por un hecho cuando menos extraño. Sufre en cuatro ocasiones un accidente de coche de similares características, le golpean por detrás estando parada…
En la primera, regresando de Marbella de visitar a unos clientes, eso me provocó estar casi un año de baja, luego se repitió dos veces más y tras buscar motivos por aquellos sucesos, llegué a la conclusión de que debía marchar de Madrid. A través de un conocido a finales de 2019, visité Mallorca y decidí trasladarme. Unos días antes de acabar el año, era un domingo con mínimo tráfico, estando parada en un paso cebra del Paseo de la Castellana, el conductor de otro coche venía mirando el teléfono y me golpeó en la parte trasera. Era la cuarta vez que ocurría lo mismo, con todos los inconvenientes de salud que eso conlleva, quirófano, morfina, medicamentos, etc. Tuve que retrasar la ida a Mallorca que ya no pudo ser hasta que en febrero salí del hospital.
En estos procesos de superación, sentía unos dolores muy fuertes y llevé puesto un corsé y la pintura fue la mejor terapia, mi tabla de salvación. Mis amigos, mis clientes dicen que mi pintura transmite energía.
Lleva a cabo su reflexión de cambio de vida. Necesita parar, demasiado estrés. Ha dedicado tiempo a que a su alrededor no falte de nada, pero cree que se olvidó de sí misma. Un acto de superación en el que lejos de la familia y amigos, hay que volver a empezar.
Comienza su etapa en Mallorca en febrero de 2020 y alquila una casita de invitados en el chalet de un amigo, situada en la zona de Marratxí, sin agua caliente y con chimenea. Pasa de vivir en una casa de más de 200 metros a una casita para duendes.
Vine con la intención de alejarme de una anómala situación que me estaba afectando, sin haber definido para cuanto tiempo, y justo un mes después nos confinan por la pandemia, sin poder salir, era lo último que cabía esperar. Me vi alejada de los míos y sin posibilidad de regresar a Madrid. Además, ellos viviendo en Majadahonda cerca del Hospital Puerta de Hierro, donde se crearon tantos conflictos. Sola, con dos maletas, yo que había viajado para sanar física y emocionalmente. Estaba bloqueada y me cuestionaba tantas cosas. Me inicié en la práctica del yoga, a nadar en la piscina de esa casa, después del confinamiento iba a nadar al mar. Tenía tiempo para reflexionar, para valorar la importancia de la salud, el amor por los demás y por lo imprescindible. Aquella terapia estaba dando resultado. En cinco meses la isla me había enganchado.
Recibe la noticia de que su madre tiene cáncer y consigue un permiso para poder viajar a cuidarla…
Sí, en el avión habitualmente solo había unas veinticinco personas, con guantes y mascarillas y eternos controles. Durante unos meses, viajé a Madrid hasta que en noviembre de 2020, falleció.
Acababa de regresar a Mallorca, tras acompañarla a una sesión de quimio cuando me telefoneó mi hermana para comentarme que ingresaban en el mismo hospital a mamá y a papá por COVID y por precaución ella debía de estar confinada. Mi madre, ya no pudo superarlo. Aquello supuso otro fuerte golpe, aunque me aliviaba tener la sensación de estar conectada a ella de alguna manera. Mi padre estuvo ingresado un tiempo y también murió, habían pasado juntos sesenta años de su vida.
Seguí con mi plan de recuperación y en mis pensamientos, notaba lejanía desarraigo, depresión, me costaba levantar el ánimo, estaba ausente. Cierto día, estando con mi nieta de cuatro añitos, me comentó algo que me hizo reaccionar: abuela, tengo miedo de que te olvides de mí.
¿Y entonces qué pasó con su esfuerzo, con sus terapias?
Cambié ciertos hábitos, debía reconectar con mi interior, buscar dónde me había perdido. Recuperé el yoga, los ejercicios de meditación y concentración, la nutrición, comer sano, empecé a pintar después de meses sin hacerlo y me convencí de que podía estar rodeada de la gente que quiero teniéndoles presentes en mi trabajo. Comencé a usar tierra para completar mis obras, era una manera de enraizarme a la naturaleza y a mi gente. Notaba paulatinamente como iba curando.
Una amiga me llamó para decirme que mis obras actuaban como sanadoras, otros amigos me decían que transmitían energía positiva.
¿Cómo definiría su relación actual con la pintura?
Ahora mismo, la pintura es mi gran aliada, mi evasión, mi pasión, la mejor manera de expresar mis sentimientos. Trabajo sobre telas o soportes de tablero de madera y no hay límites, me libero totalmente y me dejo llevar por el instinto de creación. Sé que mis obras acrílicas se canalizan, me ayudan a recuperar la salud, se conectan a mis actividades terapéuticas, el yoga, la sanación del cuerpo y de la mente. Por ejemplo las esferas de la luna y de la tierra en las que vuelco toda mi energía, y percibo como se transfiere la conexión con los colores y las texturas naturales.
En ese momento, Marga nos sugirió una breve pausa. Nos ofreció un aperitivo y una copa de vino que aceptamos de buen grado, en la terraza y ante un inmejorable paisaje no podía ser de otra forma.
Antes de continuar con la entrevista, Francisca le pidió a Marga que se colocase junto a un sofá de madera. Clic, clic…
¿Qué proyectos están previstos en su agenda?
El 10 diciembre participaré en una exposición colectiva Internacional por los Derechos Humanos en el Centre Flassaders de Palma. En febrero, una individual en la galería Gaudí de Madrid, en la semana de Arco, en febrero también, en el Museo Reina Sofía de Madrid colaboro en una colectiva por la Ley del Mecenazgo, y pendientes, una serie de cosas, una exposición digital en Miami, en el Louvre en París, en Japón, en Bruselas.
Se abre una luz cada vez que el pincel acaricia la tela, se filtra a través del idilio entre la pintura y la inspiración, el espíritu se sobrepone a sus heridas y hace valer la alegría de sus delirios.
La entrevista había llegado a su fin. Marchábamos del Port de Sóller con otra historia que quedaba escrita en mi cuaderno y captada en el archivo fotográfico de Francisca.
Texto; Xisco Barceló
Fotografías: Francisca R Sampol