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Libros

viernes 07 de agosto de 2020, 10:15h

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Agosto es mes propicio para la lectura, aunque un tercio de los españoles afirmen no leer nunca libros. Quizás las pandemias pasadas y -esperemos que no- futuras sirvan de acicate a aquellos que sí leyeron un libro alguna vez, pero que habían perdido la afición por culpa del trabajo o de las obligaciones paternofiliales. Desde luego, pasarse todo el día mirando la pantalla del (puto) móvil o la telebasura de las cadenas comerciales cansaría hasta a Belén Esteban, aunque dudo que ni así la princesa del pueblo agarrase un libro, ni siquiera el que "escribió".

En mi caso, además, este año las vacaciones me coinciden con una mudanza, con lo que al placer de la lectura se ha unido el tedio de tener que meter en cajas más de mil obras de todo pelo y condición... y luego volverlas a colocar en sus respectivos estantes.

Para un tipo medio TOC como yo la ordenación de la biblioteca es un asunto crucial. Me preguntaba mi hija qué criterio iba a utilizar. Por fecha de nacimiento del autor, le dije. Carme es, como yo, maniática con el orden de las cosas -no necesariamente ordenada, que esa es otra cosa- y su cara de estupefacción me hizo plantearme por vez primera si yo estaba completamente majara y si el esfuerzo de averiguar las fechas de nacimiento de Garcilaso, Kipling, Pérez-Reverte o Mann merecía la pena.

Y la verdad es que mi orden nada tiene que ver con la practicidad, porque ciertamente el común de los mortales no conoce las fechas de nacimiento de los escritores -al menos, con suficiente precisión como para ordenarlos como toca- y localizar así un libro se hace harto complicado, salvo que "seas yo", manías incluidas, cosa que no les aconsejo.

Carme, en cambio, me sugirió, en primer lugar, agruparlos por colores. Los millennials conforman una generación esencialmente visual, y son capaces de reconocer antes el color del lomo de un libro que han leído que de recordar su temática. Le dije que me parecía una bobada porque a mi edad asociar colores y autores me supondría un esfuerzo que, básicamente, no estaba dispuesto a realizar.

Luego, más reflexivamente, me propuso colocarlos por el orden alfabético de su autor, algo totalmente lógico a la luz del criterio de un bibliotecario, pero metafísicamente imposible desde la óptica de un lector, porque a ver, ¿cómo voy a juntar a Cervantes con Chandler, a Homero con Highsmith y Hemingway, o a Melville con Muñoz-Molina? carecería por completo de sentido. ¿Y qué hago con el Lazarillo de Tormes, se lo adoso a Jane Austen?

Imaginemos que el verdadero autor del Lazarillo se apellidase Gutiérrez. ¿Se dan cuenta de la tremenda catástrofe que eso supondría en todo el orden de mi biblioteca? Más razonable sería, en cambio, casar a Cervantes y a Toole por su genialidad, a Faulkner, Miller, Hemingway y Joyce por su querencia al etanol, a Mann y Grass por su enmarañada y barroca prosa germánica, o a Zweig y Wolf por su trágico destino. Pero, indefectiblemente, ello supondría unir conscientemente escritores que me caen bien con aquellos otros que no soporto y, definitivamente, prefiero la imparcial asepsia de sus fechas de nacimiento antes que añadir una subjetividad que siempre me podrían recriminar. Y aun así, Fernando Aramburu se me viene quejando de que tiene a Ruiz-Zafón demasiado cerca. Pues, ah, lo siento, haber nacido antes.

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