Además del rendimiento físico y técnico requerido en cada especialidad deportiva, exista un factor adicional imprescindible para alcanzar el éxito: la humildad. Si los responsables de los clubs de fútbol fueran conscientes del daño que hacen cada vez que justifican determinados gestos o actuaciones de sus estrellas e incluso recurren las sanciones que reglamentariamente se les imponen, actuarían de forma muy diferente e incluso se sumarían al castigo.
Cuando la televisión permite que ,desde un niño con uso de razón hasta el anciano más venerable, vean esa patada por detrás, aquel empujó al árbitro, el manotazo a la cara de un adversario, no hay mayor ridículo que presentar inmediatamente un recurso al comité de competición correspondiente para minimizar el vil acto pero, sobre todo y esto es lo peor, para quedar bien con su estrella, no pocas veces con la colaboración, no siempre eficaz, de los medios de comunicación.
Vale el mal ejemplo de Cristiano, sí, que desgraciadamente será imitado en algún campo de fútbol base por algún infantil energúmeno con el beneplácito de sus padres. Y el de Griezman, aplaudir la simulación de un penalti como parte del juego, o Sergio Ramos. El fair play no es sólo responsabilidad de educadores y de las familias, sino también de los dirigentes. Y cada apelación que se presenta con la intención de rebajar una pena por evidente que haya sido la infracción, es un paso más hacia la barbarie y abono para la violencia.
Bien está, como ha hecho el Atlético Baleares, una llamada a la cordura, que el fútbol sea una fiesta y no una guerra; pero resultaría más ejemplar por parte de cualquiera, colaborar con los comités en lugar de atentar contra su labor fundamental.