Las intensas noches de foguerons y fiesta interminable de Sant Antoni y Sant Sebastià, a lo largo y a lo ancho de Mallorca y en Palma, con una masiva participación ciudadana, han demostrado que no hay crisis ni depresión ni mal tiempo que puedan vencer la ilusión de la gente a la hora de querer divertirse y asumir el optimismo como la mejor medicina ante las dificultades. Las fiestas populares son una catarsis colectiva, una apuesta por el futuro y la más bonita expresión del no querer rendirse jamás. Millares y millares de mallorquines lo han pasado mal estos últimos años: menos ingresos económicos, recortes, ruina de comercios y empresas, paro a raudales y mucho temor a perder el empleo los que lo conservan. Pero hay vida por encima del miedo. Siempre ha sido así, incluso en las épocas más trágicas. Al fin al cabo, los isleños son tan fuertes que incluso en una fecha señalada y compartida saben reirse de sus propios demonios, tanto interiores como exteriores. Aún quedan tiempos duros por delante. Pero este enero de homenaje al cálido fuego invernal nos enseña, año tras año, que las dificultades serán vencidas y que incluso de la estación más oscura y fría se puede extraer el mejor y más solidario de los provechos. A eso lo saben bien muchos cargos institucionales y dirigentes políticos, que se vuelcan para que las fiestas de Sant Antoni y Sant Sebastià sean un éxito completo. Hacen muy bien. Al fin y al cabo es esta gente que se divierte la que, acabadas las fiestas, se encargará desde sus puestos de trabajo, con sudor y empuje, de hacer avanzar el tejido productivo y la maquinaria social.
